Breaking

martes, 18 de marzo de 2014

¿Pero por qué Rusia se mete en Crimea?


En el periodo comprendido entre marzo de 1985, cuando Mijaíl Gorbachov se convierte en el máximo dirigente de la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas, y diciembre de 1991, cuando se produce la disolución de la URSS, además de desarrollarse las muy conocidas glasnost y perestroika, en el país tuvieron lugar una serie de cambios traumáticos cuya consideración quizá ayude a entender un poco mejor lo que en las últimas semanas está ocurriendo en el este de Europa, en concreto en Crimea.
 
Cuando en 1985 Gorbachov llegó al poder, la URSS, heredera y continuadora del antiguo Imperio Ruso hundido en 1917, se había convertido en una nación homogénea, en la que la lengua y la cultura rusas actuaban como elementos unificadores de una sociedad de aparente éxito, que rivalizaba con los Estados Unidos por la supremacía mundial. Así, aun cuando el estado estaba formalmente articulado como una república federativa, las quince repúblicas federadas que conformaban el país no eran más que divisiones territoriales de naturaleza administrativa.
 
Como consecuencia de esto, en la URSS de 1985 la población de lengua y cultura rusa era preponderante y hegemónica, y, además de ser absolutamente mayoritaria en Rusia (por otra parte la principal de las repúblicas federadas), estaba distribuida desde hacía décadas por todo el espacio soviético, con comunidades especialmente relevantes en Bielorrusia, Letonia, Estonia, Lituania, Moldavia, Georgia y Ucrania, pero también con una presencia muy significativa en el resto de territorios.
 
Sin embargo, en los seis años que van de  marzo de 1985 a agosto 1991,  cuando una parte de la nomenklatura intenta derrocar a Gorbachov para salvar in extremis el viejo estado soviético, además de democratizarse y abrirse al mundo, la URSS ve alterada de manera dramática su visión de sí misma y de su poso cultural ruso, se desmorona como estado, renuncia a su ambición colectiva, entra en crisis como sociedad y, en última instancia se desintegra en quince repúblicas independientes: Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajistán, Kirguizistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania, Uzbekistán.
 
 
Al estallido de la Unión Soviética en diciembre de 1991 sigue al acceso al poder de Boris Yeltsin en una Rusia ahora independiente, la destrucción del orden socialista y su sustitución acelerada por un capitalismo salvaje y oligárquico, la degradación de los valores sociales de la estabilidad y la igualdad, y la decadencia progresiva de Rusia en el orden internacional, que solo se detendrá con la con la renuncia de Yeltsin y la irrupción de Vladímir Putin en la escena política en diciembre de 1999.
 
En ese momento, Rusia inicia un proceso de reconstrucción nacional que, además de impulsarla a recomponer su poderío militar y reactivar su papel en la esfera Internacional, la empuja a recuperar su papel de liderazgo activo en el antiguo espacio soviético, y, entre otras cosas, a reforzar sus vínculos con los grupos de lengua y cultura rusas asentados en las antiguas repúblicas soviéticas, que habían quedado huérfanos de protección y expuestas a los procesos de aculturación impulsados por los nacionalismos hegemónicos de los nuevos estados surgidos de la extinta Unión Soviética tras el terremoto político de diciembre de 1991.
 
Así, desde que Putin llega al poder, Rusia se va transformando en un régimen autoritario que aspira a reconstruir el poder imperial del periodo soviético (si bien, ironías del destino, buscando su base ideológica en una iglesia nacional rusa cristiana ortodoxa y en la memoria de la vieja Rusia zarista) y que, además, tiene la ambición de actuar como guardián y protector de las comunidades de lengua y cultura rusas allí donde se encuentren. Y es este último rasgo de la Rusia del siglo XXI el que lleva al Kremlin a inmiscuirse en los asuntos internos de las antiguas repúblicas soviéticas de una forma tan directa que incluso le termina generando abruptos conflictos con Occidente (cuando otros aspectos de esa reconstrucción del poder imperial ruso en ámbitos tales como el económico o el diplomático no le han traído a Moscú tantos problemas con Europa y Estados Unidos). De esta manera, en 2006 Rusia toma partido en Moldavia, nación de lengua y cultura filorrumanas, a favor del territorio prorruso del Transdniéster, y es el único país que reconoce su independencia del gobierno de Chisináu. También en 2006 Rusia interviene militarmente en Georgia para proteger a la población rusa de Abjasia, que finalmente en 2008 se proclamará independiente. E idéntico camino seguirán los rusos de Osetia del Sur ese mismo año.
 
Y es en este contexto de la reconstrucción del liderazgo ruso a partir del comienzo del siglo, y de la reactivación del rol del gobierno de Moscú como protector de las comunidades rusas, como se puede entender mejor la relación entre Ucrania y Rusia en los últimos años, la reciente crisis de Crimea, y por qué Putin está actuando de forma tan brusca y tan directa.
 
Durante los casi 75 años del periodo soviético (igual que anteriormente en tiempos de los Zares), Ucrania estuvo estrechamente unida a Rusia por lazos culturales, lingüísticos y sociales. Pero tras su independencia en 1991, el país sufrió un proceso paulatino de desrrusificación protagonizado por un nacionalismo ucraniano cada vez más fuerte y prepotente, que cuando accedió al poder en Kiev trató por todos los medios de romper el equilibrio entre las poblaciones rusa y ucraniana, de arrinconar, cuando no eliminar, cualquier elemento ruso en el país, y de crear una nueva Patria Ucraniana homogeneizada y libre de influencias rusas. Y para ello, nada mejor que imponer la lengua ucraniana en la enseñanza y los medios de comunicación, proscribir el idioma ruso y fabricar una historia mítica de una Ucrania monolítica que nunca existió.
 
Y este proceso, que ha venido despertando en los últimos años la preocupación de Moscú y los recelos de los grupos de filorrusos asentados en el este y sur de Ucrania, sobre todo en Crimea (región que, de hecho, hasta los años 50 del siglo pasado formaba parte de Rusia), se aceleró a partir de 2010. En ese momento, la victoria en las elecciones presidenciales ucranianas del prorruso Viktor Yanukovich desencadena un movimiento de rechazo del nacionalismo ucraniano, que niega al presidente su legitimidad, e inicia una oposición frontal y violenta que desemboca en la caída del presidente en febrero del presente 2014. Y a la caída de Yanukovich le sigue el ascenso en Kiev de un conglomerado ultranacionalista, el denominado Maidan, que, avalado por una Unión Europea más preocupada por ganarle esferas de influencia a Rusia que por medir las consecuencias de dar apoyo de manera irreflexiva a grupos de poder carentes de aval democrático (como ya ocurrió en los años 90 del pasado siglo XX durante la Guerra de Yugoslavia cuando Croacia proclamó su independencia y más tarde cuando Kosovo se separó de Serbia, o el año pasado cuando apoyó el golpe de estado de Al-Sisi en Egipto contra el gobierno democrático del presidente Mursi), al llegar al poder con un programa nacionalista radical hace saltar todas las alarmas en Moscú, pero también en las comunidades prorrusas del sur y el este de Ucrania, y señaladamente en Crimea, lo que desencadena los hechos recientes que todos conocemos: ocupación rusa de la península de Crimea con el beneplácito de la población civil, celebración de una mascarada de referéndum de independencia y, por último, anexión de Crimea por parte de Rusia.

De todo lo expuesto se deduce que el comportamiento de Vladímir Putin en las últimas semanas frente a la Crisis de Ucrania, su impulso de la secesión de Crimea, y su decisión de integrar a Crimea en Rusia, podrá, y deberá, ser catalogado de grave vulneración del Derecho Internacional, pero en ningún caso puede ser considerado un comportamiento absurdo o incomprensible. Y, desde luego, debería haber sido previsto por Occidente en general y por la Unión Europea en particular, pues Bruselas con su comportamiento cortoplacista y sin principios ha hecho probablemente más que nadie para desencadenar todo lo ocurrido.

Además, todos debemos aprender que el dejar el poder en un país, o en una región, en manos de grupos que, utilizando en su propio beneficio y con fines sectarios los resortes del estado (la educación, los medios de comunicación, las fuerzas de orden público…), pretenden triturar culturalmente a las minorías y llevar a cabo procesos de limpieza identitaria no solo es inmoral y antidemocrático, sino que, las más de las veces, no conduce a nada bueno (salvo, claro está, que haya quien tenga la determinación de hacerles frente…).

Como en la famosa fábula del escorpión y la rana, en la crisis de Crimea el escorpión ruso ha actuado según su naturaleza, pero la rana europea ha pecado una vez más de frivolidad y de inconsciencia.
 

2 comentarios:

  1. Muy buen articulo. Me parece un tema muy interesante, y tremendamente complicado, pues parece ser que hay muchísmos intereses cruzados.
    Una pregunta:
    Según leo y oigo, los factores que parecen influir en esta crisis son (sin ningún orden concreto):
    - Las minorías rusas en Ucrania.
    - La base naval rusa de Sebastopol.
    - El control de los gaseoductos que pasan por Ucrania.
    - El gas que produce Ucrania y los yacimientos sin explotar (que casualmente... están en las aguas de Crimea y las zonas ruso-parlantes).
    - La influencia rusa en el gobierno de Ucrania.

    ¿quitarias alguno?¿añadirias algun otro?¿que ponderancia le darias a cada uno?

    un saludo!

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por tu comentario.

    A tu preguntas:

    - En lo relativo al control de Sebastopol como base de la Marina rusa y a la cuestión de los gasoductos rusos que atraviesan Ucrania, Moscú ya tenía pleno control de la situación antes de esta crisis, así que no tenía necesidad alguna de ocupar Crimea para mejorar su posición.

    - En cuanto al interés ruso por tener influencia en el gobierno de Kiev, el efecto de la ocupación de Crimea iría justo en sentido contrario, ya que ha exacerbado el sentimiento antirruso de los nacionalistas ucraniamos.

    - por tanto, lo que en mi opinión explica más cláramente la ocupación y posterior anexión de Crimea por parte de Rusia es precisamente la cuestión de las minorías rusas en Ucrania, como he explicado en el artículo.

    Un saludo,

    CRG

    ResponderEliminar

Comentarios: