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viernes, 25 de abril de 2014

Recuperación económica: ¿pero cómo será?



En los últimos meses la clase política y los medios de comunicación están empezando a hablar de la aparición de signos de recuperación en la economía española, que aparentemente podrían indicar que por fin estamos empezando a salir de la crisis.

Sin embargo, más allá de la utilización partidista de estos indicios por unos y por otros desde el punto de vista político (para el Gobierno esto se está produciendo gracias exclusivamente a su política, y es el inicio de un futuro de bonanza y prosperidad; para las diversas Fuerzas de Izquierda supone la constatación de que el Ejecutivo se ha vendido a los Mercados, la Banca, Bruselas y los Lobbies, etc.), los ciudadanos cuestionan hasta qué punto esta recuperación es real, y si será lo suficientemente vigorosa para que regresen los niveles de prosperidad y empleo que disfrutábamos hasta hace unos años.



En este sentido, los españoles se plantean en concreto una serie de preguntas específicas cuando se les habla de recuperación económica, a saber:
- ¿Es verdad que está llegando la recuperación económica?
- ¿Se va a reducir por fin el paro? ¿Van a subir los salarios a partir de ahora?
- ¿Se van a terminar los recortes sociales?

Vamos a intentar dar una respuesta a estas cuestiones para así tratar entender la situación en la que nos encontramos, de qué tipo de crisis estamos saliendo, y qué podemos esperar del futuro.
  
¿Es verdad que está llegando la recuperación económica?

Cuando se habla de economía, los neófitos (y también los políticos, sobre todo los de “brocha gorda”) tendemos a confundir las consecuencias con los fines.

Conceptualmente, se entiende por ECONOMÍA "el estudio de la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos para producir mercancías valiosas y distribuirlas entre los diferentes individuos" (Así la definen Samuelson y Nordhaus en su libro “Economía”), o “la ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos” (Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua), de donde se infiere que la clave del asunto, la finalidad de la economía, reside en conceptos tales como cómo la administración de recursos escasos, la producción de riqueza, y la satisfacción eficiente de las necesidades humanas.
  
Por el contrario, para muchos la ECONOMÍA debería ser el instrumento para resolver los problemas de índole material de la sociedad, de la colectividad y de cada uno de los individuos, y debería garantizar riqueza y prosperidad para todos de manera justa e igualitaria. Sin embargo, con este enfoque se está confundiendo Política con Economía y, además, se está asumiendo como un bien absoluto lo que en realidad es una determinada política, una opción ideológica concreta (respetable, por supuesto, pero no necesariamente la mayoritaria desde un punto de vista social, ni tampoco la más eficiente desde un punto de vista económico) basada en el igualitarismo a la hora de establecer cómo administrar los recursos, producir riqueza y satisfacer las necesidades de la gente.
  
Llegados a este punto, una vez aclarado el panorama desde un punto de vista conceptual, ya sí que podemos plantearos si se está iniciando o no la recuperación económica. Y en este sentido, las señales que se perciben en los últimos parecen alentadoras:
- El PIB ha vuelto a tasas de crecimiento positivas
- La balanza exterior ha mejorado
- El déficit público ha dejado de crecer
- Se empieza a crear empleo y crecen las afiliaciones a la Seguridad Social
- La prima de riesgo se ha reducido hasta niveles razonables
- La recaudación fiscal empieza a recuperarse
  
En consecuencia, la respuesta a nuestra pregunta debería ser positiva, pues efectivamente la economía española parecer estar recuperándose, y en adelante será capaz de administrar mejor los recursos escasos, producir riqueza y satisfacer de manera más eficiente las necesidades del país.

Sin embargo, ¿cómo encaja esto con la percepción tan extendida de la economía como instrumento? Mas aun, ¿se corresponde esta realidad con lo que los populistas de toda índole trtan de vender a los ciudadanos? Desafortunadamente aquí parece que la mejoría no ha llegado, y probablemente en el medio plazo nunca llegará del todo.
  
Pero, ¿Por qué?
  
¿Se va a reducir por fin el paro? ¿Van a subir los salarios a partir de ahora?

Cuando uno se pregunta si la incipiente recuperación económica va a servir para que por fin descienda el paro en España (25,7% de la población activa a abril de 2014 según el INEM) los expertos de uno u otro signo suelen encontrar difícil ponerse de acuerdo, aunque al final la respuesta tiende a ser positiva, si bien de forma tibia y dubitativa: digamos que algo así como un "sí, pero":
- Sí, pero poco a poco
- Sí, pero de forma selectiva
- Sí, pero excluyendo a los más vulnerables

De hecho, la discusión suele derivar en intentar establecer el crecimiento mínimo del PIB que necesita la economía española para crear empleo neto de manera vigorosa, y qué pasará mientras ese nivel no se alcance: ¿Al menos 3% como en crisis anteriores? ¿Bastaría con un crecimiento alrededor del 1,5% debido a la mayor flexibilidad de la contratación como consecuencia de la última reforma laboral? ¿De momento solo se creará empleo precario? Nadie lo sabe realmente…

Sin embargo, estas disquisiciones enmascaran las profundas transformaciones que se han producido durante los últimos años en nuestro mercado laboral, en realidad en todo nuestro sistema productivo, que nos llevan a pensar (al menos a algunos de nosotros) que la respuesta correcta probablemente sea que el paro sí que se reducirá en un futuro próximo, incluso con tasas de crecimiento modestas, pero solo en ciertos sectores de actividad y determinadas capas de la población, mientras que en otros colectivos y actividades el desempleo se mantendrá estable e incluso tenderá a crecer.

Porque si hay una consecuencia de los siete años que llevamos en crisis de la que no se suele hablar en exceso esa es la fractura que se ha producido en el aparato productivo y, por extensión, en la economía y la sociedad españolas, que ha terminado generando una realidad dual, en la que medio país se asemeja cada vez más a las sociedades europeas avanzadas, mientras que el otro medio se ha quedado estancado, asimilado a las sociedades de los países en desarrollo.

Cuando arranca el siglo XXI España parecía haber completado su transformación en una economía esencialmente de servicios, tenía un mercado interno robusto con altas tasas de consumo, el sector de la construcción estaba en expansión permanente, la industria turística había alcanzado un alto grado de consolidación que a su vez retroalimentaba al consumo y la construcción, y el país disfrutaba de un flujo constante de dinero barato procedente del exterior con el que financiar nuestra actividad económica.

En paralelo, hacia el año 2007 España parecía haberse convertido en una sociedad homogénea, en la que el crecimiento y la consolidación de la clase media habían reducido significativamente la brecha entre ricos y pobres en términos de ingresos. Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido en otros países, en nuestro caso este fenómeno no fue consecuencia de la potenciación de la movilidad social (por mejoras en la educación y progresos en el campo laboral, por ejemplo), sino que se debió a una universalización de los servicios públicos y una generalización de la capacidad de compra mediante la implantación de mecanismos públicos de redistribución de renta (esto es, impuestos altos que servían para financiar a un sector público cada vez más activo en la generación empleo y a un estado del bienestar en expansión).

Por tanto, como quiera que estos procesos de transformación social no se vieron acompañados de mejoras en la educación, la productividad o el ahorro interno (más bien la evolución fue en sentido contrario...), el resultado fue que a mediados de la pasada década la sociedad española, aparentemente la más homogénea e igualitaria de nuestra historia, estaba en realidad partida en dos desde un punto de vista sociológico:
  • De un lado lo que podríamos denominar la "población de reducida cualificación", dedicada a actividades de baja productividad y poco valor añadido (servicios básicos, construcción, industria ligera, etc.), sin capacidad de ahorro, con un alto nivel de endeudamiento por un consumo incontrolado, con un bajo nivel formativo, y con rentas sobrevaloradas en relación a su capacidad de generación de riqueza. 
  • Por otro lado el segmento al que llamaremos "población de media y alta cualificación" que sí ha alcanzado capacidades formativas y profesionales altas, empleado en actividades productivas de media y alta cualificación (servicios financieros, actividades con un componente tecnológico, sector socio-sanitario, etc.), con salarios competitivos, dotado de una razonable capacidad de ahorro, y no excesivamente endeudado.

Y en un contexto como éste, en 2007 llegó la Crisis económica, y con ella todo un rosario de problemas, que en el caso de España resultaron especialmente dramáticos por la realidad dual preexistente tanto en lo económico como en lo social:
  • Un estrangulamiento del crédito a nivel mundial, que en nuestro caso devino en catástrofe por la absoluta dependencia de España de los capitales exteriores debido a nuestra incapacidad endémica para generar ahorro con el que financiar nuestro crecimiento.
  • Una globalización acelerada a nivel mundial de la actividad económica ligada a la industria ligera, la agricultura y los servicios, que hizo patente la falta de competitividad de la población y los sectores económicos de baja cualificación y poco valor añadido, y su debilidad ante la competencia de productos y trabajadores de terceros países.
  • Como consecuencia de lo anterior, un desplome del empleo, sobre todo del empleo de baja cualificación, que a su vez llevó aparejado un hundimiento del consumo interno.
  • Todo ello agudizado por la confluencia de altas tasas de inmigración en los años anteriores y la incorporación al mercado laboral de las últimas generaciones del baby boom español, lo cual impulsó un crecimiento del número de demandantes de empleo que, al no ver satisfechas sus expectativas, reforzó el exceso de oferta de mano de obra y, por el juego del mercado, deprimió aún más las condiciones laborales y salariales.
Y llegados a este punto parece ya posible dar una respuesta a la pregunta de partida: ¿Se se va a reducir el paro en España ahora que parece que llega la recuperación? ¿Van a subir los salarios a partir de ahora? Al respecto, la respuesta es doble:

1)- Si queremos reducir de manera estable y consistente el desempleo, debemos necesariamente aprovechar la recuperación para, manteniendo (incluso reforzando…) la política de austeridad, liberar recursos que permitan mejorar drásticamente la cualificación de los trabajadores, reducir la presión fiscal, fomentar el ahorro interno y desarrollar de una vez un nuevo modelo productivo centrado en bienes y servicios de alto valor añadido e intensivos en capital, de manera tal que se rompa con la dualidad social y económica española.

2)- Si, por el contrario, no somos capaces de corregir los desequilibrios de fondo de nuestra economía, nos encontraremos con que la recuperación operará en la sociedad dual preexistente, por lo que
  • Por una parte sí se observará una mejora de la situación económica y una reducción del desempleo, en paralelo con un progresivo alineamiento de sus dinámicas sociales y productivas con las del centro y el norte de Europa, del que, sin embargo, se beneficiará fundamentalmente la "población de media y alta cualificación" 
  •  Sin embargo, en el segmento de "población de baja cualificación" lo razonable es pensar que el paro se convierta en algo estructural y se mantenga en niveles altos, y esto será así mientras no se corrijan las circunstancias que ya se daban en España a mediados de la pasada década y que la Crisis del 2007 no hizo más que potenciar de manera dramática.

¿Se van a terminar los recortes sociales?

Según los datos estadísticos oficiales, España cerró el ejercicio 2013 con un déficit del 6,62% sobre Producto Interior Bruto, lo cual ha sido en términos generales valorado muy positivamente, y ha llevado al Gobierno a felicitarse por el esfuerzo de austeridad realizado. Sin embargo, si tenemos en cuenta que los ingresos fiscales rondan el 35% del PIB, entonces la situación no es tan halagüeña como parece:
  
- PIB 2013 = 1.022.988 millones de euros

- Ingresos fiscales 2013 = 372.000 millones de euros
  
- Déficit 2013 = 67.700 millones de euros => 19% de los Ingresos fiscales

 Es decir, que por cada 100 euros que el Estado Español ingresó en 2013 se gastó 118, por lo que tuvo que tirar de la tarjeta de crédito virtual (o sea, emitir deuda...) para pagar 1 de cada 6 euros gastados.

Y ante esta situación es claro que la necesidad de esforzarnos para equilibrar las cuentas públicas sigue vigente, y no tiene ningún sentido transmitir a la población el mensaje de que lo peor de la crisis y la necesidad perentoria de austeridad han terminado, porque es una argumentación populista e irresponsable. Por el contrario, tenemos que decidir entre bajar alrededor de un 20% el gasto público o, alternativamente, subir los impuestos en una proporción semejante. Y esto tenemos que hacerlo tan pronto como sea posible y de forma permanente.

En este sentido el problema es que, según el consenso de los economistas, la carga fiscal per cápita en España ya ha alcanzado niveles cuasi-confiscatorios y, en lo que se refiere al Gasto Público en España, cuando uno analiza, por ejemplo, los Presupuestos Generales de Estado para el año 2014 se encuentra con que las partidas más relevantes que consumen más de la mitad del presupuesto, son:

- Pensiones, 35,9%

- Subsidio por desempleo, 8,4%

- Intereses de la Deuda, 10,3%
  
En consecuencia, salvo que optemos por un crecimiento de los impuestos aun mayor que el ya experimentado en los últimos años, que muy probablemente nos conduciría al estrangulamiento de la incipiente recuperación y a la “cronificación” de la crisis, la respuesta es que sí, que en los próximos años tendremos que profundizar en el recorte del gasto público, que habrá de llevar singularmente a la reducción del gasto social, porque no hay otra alternativa seria para equilibrar el gasto, y porque no hacerlo haría que la deuda siguiera creciendo hasta niveles insostenibles (lo cual a su vez nos llevaría al colapso o, peor aún, a dejar a nuestros hijos en herencia una deuda que nunca podrían pagar) y, además, porque no reducir el gasto público y, en consecuencia, no liberar recursos, haría imposible mejorar la cualificación de los trabajadores, fomentar el ahorro interno y desarrollar de una vez un nuevo modelo productivo centrado en bienes y servicios de alto valor añadido e intensivos en capital, para, como ya hemos expuesto, ser capaces de intentar acabar de una vez con la perversa dualidad social y económica de España.















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