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domingo, 16 de noviembre de 2014

España, un país low cost


Cuando al año 2014 le van quedando ya pocas semanas de vida, la España mediática, esa que agrupa a políticos, periodistas, analistas, tertulianos, presentadores de televisión, formadores de opinión y gurús de pelaje diverso, sigue a vueltas con la discusión de si la crisis económica en la que andamos metidos desde hace ya siete años se va arreglando o no, y de si podemos darla por vencida mientras todavía más de 5 millones de españoles están sin trabajo.

La respuesta a esta cuestión no es fácil ni cómoda, salvo para aquellos que se empeñan en ver el mundo con un enfoque monocromático, tanto da que sea rojo como azul, que son los mismos que casi siempre recurren al análisis de trazo grueso, maniqueo y cicatero para explicar el mundo. Porque en realidad esa respuesta es amarga y triste por afirmativa.

Sí, estamos saliendo de la crisis. Aunque el paro siga siendo elevado, aunque muchos jóvenes de este país se hayan quedado fuera tanto del sistema educativo como del mundo laboral, aunque para aquellos que desempeñan trabajos poco cualificados el tener empleo no sea ya garantía de obtener unos ingresos suficientes como para poder vivir con dignidad...

Porque en realidad lo que ha ocurrido en estos años no es solo que estemos sufriendo una crisis económica, sino que nuestro sistema productivo, nuestro modo de vida incluso, se ha transformado.

En los tiempos anteriores a la crisis España conoció uno de los periodos más largos de desarrollo económico de su historia contemporánea: crecimiento del Producto Interior Bruto, redistribución de la riqueza, desarrollo acelerado de las infraestructuras, aumento de la población gracias a un constante flujo migratorio, reforzamiento de la clase media, apertura a los mercados exteriores, flexibilización de la economía, incremento de la renta disponible para los asalariados, etc., etc., etc.

Sin embargo, la lista de cosas que no hicimos en esos años también fue larga: nos centramos como país en actividades económicas intensivas en mano de obra pero de baja productividad y poco valor añadido (turismo, industria ligera, servicios vinculados al consumo interno, industria agroalimentaria...), no fomentamos el ahorro, no cuidamos el capital humano, no invertimos en investigación, no mejoramos el sistema educativo, no aumentamos la productividad de nuestras empresas, dejamos que el gasto no productivo de las administraciones públicas creciera sin control...

Así, cuando la crisis de 2007 estalló a nivel global España ya se había transformado en el paraíso del consumo a crédito, expuesta a los mercados exteriores, y con un exceso de liquidez en manos de los particulares. Vamos, que nuestro país se había convertido en uno de los mejores ejemplos de sociedad consumista en Europa.


Llegados a ese punto, deberíamos haber reaccionado y habernos lanzado a corregir los desequilibrios y las tendencias erróneas del pasado, pero en lugar de eso nos dedicamos  a negar la realidad y a culpar a los demás de nuestros problemas (a los mercados, a nuestros socios europeos, a la competencia de los países emergentes, a los políticos, a la corrupción, al cambio climático, a los banqueros, a los de la Comunidad Autónoma de al lado...).

En consecuencia, como no hicimos nada para encontrar soluciones, los mecanismos de autorregulación de la sociedad actuaron solos, optaron por el camino más sencillo y nos convirtieron en un país low cost.

En el mundo low cost la competencia es creciente pero la oferta de bienes y servicios es homogénea, por lo que la única diferenciación posible se da en el precio. Para poder reducir el precio hace falta bajar los costes de producción reduciendo los salarios, y además hay que ajustar la calidad del bien y el servicio al mínimo aceptable, no más, para así seguir teniendo margen de beneficio. Pero entonces cualquier nuevo competidor puede replicar el modelo, y además nuestros clientes, que son los trabajadores de la competencia, tienen cada vez menos ingresos, por lo que hay que bajar de nuevo el precio, para lo cual hay que reducir otra vez los costes, etc., etc., etc.... y así hasta tener un país como la España actual.

Si no queremos seguir permanentemente en esta espiral perversa en la que nos encontramos tenemos que reaccionar, hacer de una vez reformas en profundidad en nuestra sociedad y nuestro sistema productivo, eliminar lo superfluo y lo ineficiente, y concentrarnos en lo fundamental, en lo útil, en lo que tiene valor.

Pero además, lo primero que tenemos que hacer es rearmarnos moral y éticamente, recuperar los valores del esfuerzo y la responsabilidad, y entender que la esencia de la vida social reside en la libertad individual, pero que la libertad nos exige responsabilizarnos de nuestros propias decisiones y asumir las consecuencias de nuestros actos.

No podemos pretender vivir como eternos adolescentes, sin asumir responsabilidades pero pidiéndole cuentas a los demás de lo que nos pasa.

Si no cambiamos como sociedad, de esta crisis saldrán fortalecidos los que a nivel individual siempre salen de todas las crisis; que no son los banqueros, ni los mercados, ni los vecinos, sino los fuertes: los que trabajan duro, los que se esfuerzan, los que se educan y se forman, los que ahorran, los que luchan para mejorar.

Lo malo, es que entonces el resto, los que no pueden ser tan fuertes por sí solos (los parados, los jóvenes que ni estudian ni trabajan, los marginados, los pobres, los débiles...) seguirán siendo carne de cañón, materia prima de la sociedad low cost.

¿Es eso lo que queremos?

Yo no.


















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