Breaking

lunes, 16 de marzo de 2015

Una puerta a la paz interior en Silos

Como bastante gente de mi generación, me educaron en un entorno formalmente católico, pero en el que en realidad la religión significaba poco más que una referencia cultural, un marco de comportamiento social y, a lo sumo, una difusa referencia ética.

Aunque mi familia se definía como creyente, en realidad éramos poco o nada practicantes, y nuestro compromiso con la religión solo se manifestaba en bautizos, comuniones, bodas y entierros.

Y en honor a la verdad, si mis padres decidieron que me educara en un colegio religioso no creo que fuera porque tuvieran una especial vinculación con la Iglesia, sino porque en la España de los años 70 del siglo pasado casi todo el mundo consideraba que la enseñanza pública era bastante mediocre, y si se le quería dar una buena educación a los hijos, la única alternativa solía ser llevarlos a un colegio de curas o de monjas.

La evolución de todo aquello fue que cuando salí de la adolescencia la poca impronta católica que pudiera tener se volvió todavía más difusa, entre otras cosas porque entraba en abierta contradicción con el ambiente progresista que lo impregnaba todo en la España de la década de los 80. Y porque tampoco casaba bien con el rechazo a la autoridad, la tradición, y el orden que son casi obligatorios cuando uno tiene veinte años (a esa edad, el guión dice que hay que ser contestatario, y nadie quiere salirse del guión con veinte años...). A fin de cuentas, aspirar a hacer la revolución como en Cuba y Nicaragua, descubrir el sexo (el miedo al SIDA todavía no nos había helado la entrepierna...), o creerse con derecho a juzgar con inquisitorial severidad todo lo que decían o hacían mis padres resultaba mucho más atractivo que seguir las reglas y los dogmas de una religión rígida y severa como la católica, y prestar la más mínima atención a lo que decían los curas resultaba poco menos que inconcebible...

Y, sin embargo, en los diez años siguientes la vida adulta devoró uno tras otro casi todos los sueños y casi todos los mitos. Y las frustraciones y las cobardías nos fueron haciendo cada vez más pragmáticos, más responsables, más miedosos, más egoístas y, en definitiva, más "bizcochables", pero también más humanos, más indulgentes con las miserias y las debilidades, las propias y las ajenas. Y el ánimo se nos fue secando poquito a poco (pues en eso consiste básicamente hacerse adulto...).

Y fue entonces, en medio de aquel caos y del naufragio emocional en que se convirtió mi vida, cuando empecé a recuperar la Fe (¿o quizá debería decir "descubrir la Fe"...?). Y después de mucho tiempo pude encontrar la serenidad y fuerza necesarias para seguir adelante, para reconstruirme como persona, para volver a intentarlo, y para tratar de ser digno de aquellos a los que quiero con toda el alma.

Con los años ese proceso se ha ido afianzando y he terminado acercándome definitivamente a la religión, y supongo que el haber recorrido todo ese camino me da derecho a poder decir, sin tener que avergonzarme por ello, que la Fe es de las pocas cosas que a día de hoy me da equilibrio y paz interior en esta vida complicada, no excesivamente justa, y las más de la veces ingrata que tenemos que vivir.

Y una de las cosas que me ha aportado este sentir la existencia de manera trascendente es una particular vinculación emocional con una localidad de la provincia de Burgos (en Castilla y León, España) llamada Santo Domingo de Silos, y más concretamente con su abadía benedictina.

La historia del monasterio de Santo Domingo de Silos tal y como hoy lo conocemos arranca en 1041, durante el reinado de Fernando I de Castilla, cuando un monje riojano llamado Domingo fue nombrado abad. Desde ese año, y hasta su muerte en 1073, Domingo de Silos impulsó y consolidó la actividad del monasterio, que anteriormente había sido bastante gris y anodina. Más adelante, en el año 1512 la abadía se integró en la  Orden Benedictina; y desde entonces y hasta el primer tercio del siglo XIX la actividad monástica fue discurriendo pacíficamente en Silos, a pesar de los avatares por los que pasó Castilla durante esos más de trescientos años.

Sin embargo, en 1835 la vida del monasterio se quiebra, y con la desamortización del gobierno Mendizábal la comunidad benedictina es obligada a abandonar Silos, sus bienes son expoliados, y se inicia un periodo de 45 años durante el cual el monasterio permanece abandonado. Pero afortunadamente en diciembre de 1880 un grupo de benedictinos franceses, con Fray Ildefonso Guépin al frente, vuelve a Silos, pone de nuevo en funcionamiento la abadía, y reinicia en ella la vida monástica.

Hoy día el monasterio de Santo Domingo de Silos ha vuelto a ser un referente de la Iglesia Católica en España, pero también, gracias a su hospedería y a la tradición de acogida de los benedictinos, es un lugar donde quien necesita acercarse a Dios o buscarse a sí mismo puede encontrar la tranquilidad y el recogimiento necesarios.

A fin de cuentas, mientras algunos salen de su casa y se marchan a recorrer mundo y a vivir su vida porque necesitan buscar en su interior y encontrarse a sí mismos, otros se enclaustran para poder escapar de todo aquello a su alrededor que les ensucia el alma y les oprime el corazón. ¿Salir fuera para encontrar lo que llevas dentro, o buscar dentro para vencer a lo que hay fuera? Curiosa disyuntiva...

Traspasar la puerta del monasterio es entrar en un mundo de sosiego, de equilibrio, de paz. Porque uno se siente liberado de toda esa red pegajosa que nos va atrapando cada día; impregnada de convencionalismos, limitaciones y ataduras.

Lo primero que notas allí dentro es el silencio, que a veces es tan intenso que tu cerebro no es capaz de asumirlo y engaña a tus oídos con una especie de vibración sorda virtual que hace las veces del permanente zumbido de fondo al que estamos tan acostumbrados los que vivimos en una ciudad.

Luego está el ritmo y la cadencia con la que discurre el día, pues en el monasterio todo está perfectamente pautado y nada queda a la improvisación: Vigilias a las 06:00, Laudes a las 07:30, desayuno a las 08:00, Tercia junto con la Misa de 09:00, a continuación trabajo o estudio, Sexta a las 13:45, comida a las 14:00, Nona a las 16:00, Vísperas a las 19:00, cena a las 20:30, Completas a las 21:35. Así, la mente se deja llevar y no parece pensar, aunque en realidad es precisamente así como, casi sin darte cuenta, reflexionas sobre lo que te atormenta y buscas en tu interior cómo resolverlo y salir del dolor.

Entonces la vida se convierte en algo dotado de la más absoluta simplicidad, y los muros de piedra, los paseos por el campo, los capiteles románicos, el ciprés del claustro, la iglesia de formas limpias y austeras, y el canto gregoriano te elevan y hacen que sientas de manera casi física la proximidad de Dios.

Sin darte cuenta te vas sumergiendo en ese océano de libertad que te da el alejarte, aunque sea temporalmente, de las heridas en el alma. Y descubres que ese "no pensar" es el camino para pensar en lo importante: con el ejercicio físico, con la música, con el rezo... No pensar para así poder pensar de verdad... Y empiezas a experimentar en el alma emociones que habías olvidado, que te reconfortan, y que te devuelven a ese tiempo en que todo era posible y estaba por hacer, y te sientes limpio y capaz de amar a la vida.

En Nona los monjes te invitan a subir al coro y unirte a ellos en el rezo. 

A la salida de Vísperas escuchas el sonido del agua en la fuente del claustro románico, mientras intuyes la sombra del ciprés al fondo.

Cuando acaban Completas ves alejarse a los monjes por el corredor, sombras encapuchadas que desaparecen en la penumbra.

Y tienes el convencimiento de que desde el momento en que aquello termine, y atravieses el portalón y regreses a tu vida, empezarás a pensar en volver. Para poder cruzar otra vez la puerta a la paz interior en Silos.

Glória Patri et Fílio et Spiritu Sancto. Sicut erat in princípio et nunc et semper et in saécula saeculórum. Amen.


PS: "No hay pecado que Dios no pueda perdonar. Basta con que pidamos perdón"


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios: