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domingo, 30 de octubre de 2016

Presidenciales USA: ¿Hillary o Donald?




   Estamos en otoño, y dentro de unos días se celebrarán las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América.

Tras dos mandatos sucesivos de Barack Obama, el primer presidente negro de su historia, los Estados Unidos se enfrentan a una disyuntiva sin precedentes, como es el tener que elegir entre la primera mujer aspirante a la Casa Blanca, Hillary Clinton, o el primer ciudadano no profesional de la política que opta a la presidencia de la nación, Donald Trump.

Hillary Clinton se presenta como la opción sensata, templada, alejada de los extremismos y los exabruptos, pero también es la genuina candidata del "establishment de Washington" (la versión norteamericana de "La Casta"), pues lleva en política nada menos que desde 1973, y lo ha sido todo en la vida pública: desde asistente de la comisión de investigación del Watergate hasta Senadora, pasando por Primera Dama del Estado de Arkansas, Primera Dama de los Estados Unidos, Secretaria de Estado, Consejera del gigante de la distribución Walmart y abogada de prestigio.

Por su parte Donald Trump es un millonario neoyorquino hecho a sí mismo, un hombre que sucesivamente ha amasado fortunas y se ha arruinado para a continuación volver a enriquecerse nuevamente, una celebridad de la televisión experta en los recursos más vulgares de la comunicación populista, un individuo con un comportamiento machista y soez, pero también el personaje que mejor ha sabido interpretar desde los tiempos de Ronald Reagan los ideales y las esperanzas de un porcentaje nada desdeñable de la sociedad que añora los tiempos de la preponderancia de la América profunda, conservadora, tradicional, blanca, anglosajona, desconfiada frente a todo lo que viene del exterior, orgullosa de sus valores y principios, y por encima de todo individualista y celosa de sus libertades.

Al final la disyuntiva a la que se enfrentan los norteamericanos es en realidad más compleja de lo que en principio pudiera parecer, porque la idea de votar a Hillary Clinton aparece como lo razonable y lo sensato, pero no emociona ni cautiva, antes bien deja un regusto a conveniencia en el alma, mientras que votar a Donald Trump suena a irresponsabilidad y a catástrofe, pero a la vez conecta con lo que para muchos es la esencia de América, como la epopeya de la Conquista del Oeste, la idea de la tierra de las oportunidades, o la defensa a ultranza de la libertad individual.

Cuando escribo estas líneas los expertos vaticinan la casi segura victoria de Hillary Clinton sobre Donald Trump, y sin embargo cada vez estoy más convencido de que la previsible futura administración Clinton tendrá que liderar América en los próximos años a partir de la agenda política que Donald Trump ha puesto encima de la mesa, porque de lo contrario se produciría un divorcio de imprevisibles consecuencias entre la actuación del gobierno de Washington y las preocupaciones e intereses profundos de la nación.

En última instancia los americanos van a tener que elegir entre su imaginario colectivo y su sentido práctico, entre el mito que se transforma en pesadilla cuando crea un monstruo que se devora a sí mismo y la ramplonería y el pasteleo que les mata de aburrimiento.



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