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martes, 19 de diciembre de 2017

Quién soy yo en realidad...


(Yo con cinco años, allá por 1970.)

   Se nos acaba el año, y a algunos eso nos despierta la melancolía y nos hace plantearnos cómo ha sido la cosa hasta ahora.

Y si alguien me pidiera contarle quién soy y cómo he llegado hasta aquí, supongo que debería empezar por escribir algo así como lo que sigue…


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Tengo algo más de cincuenta años, ando ya escaso de pelo, y desde que puedo recordar dependo de un par de gafas.

Nací en una España en la que al Jefe del Estado le llamaban " El Caudillo", y, aunque a algunos hoy en día eso les pueda resultar chocante, o incluso escandaloso, no crecí traumatizado, sino que, por el contrario, tuve una infancia normal, cálida y entrañable, que transcurrió en un país que no era ni una cárcel ni un infierno.

Mis recuerdos de niño saben a ganchitos de queso y a torrijas, huelen a sábanas perfumadas con colonia, y son del color de las luces de un árbol de navidad y de las tardes de verano paseando por un descampado de extrarradio lleno de espigas y hormigueros.

Crecí en una ciudad en la que a los niños de 10 o 12 años se les podía dejar viajar solos sin peligro en transporte público, en la que se nos encargaban recados, bajábamos a la compra y cuidábamos de nuestros hermanos pequeños, y no por eso a nadie se le pasaba por la cabeza suponer que no nos cuidaban bien o que nos explotaban.

Fui a un colegio de curas en el que había autoridad y disciplina, y si en algún momento se me ocurría decir en casa que los profesores me tenían manía lo único que conseguía es que mis padres me regañaran y avalaran punto por punto lo que los profesores hubieran dicho, fuese lo que fuese.

Mi mitología particular está construida a base de westerns vistos una y otra vez, y por ello todavía creo que el bueno termina ganando al malo y se casa con la chica, que es de canallas ser débil con los fuertes y fuerte con los débiles, que la palabra y los principios son para mantenerse, y que los fracasados casi siempre tienen una dignidad y una nobleza de la que los triunfadores las más de las veces carecen.

Es difícil hacer la lista de mis películas favoritas, pero si tuviera que nombrar las diez que más me marcaron el resultado sería este:











Escuchar música es de las cosas que me hacen más feliz, y mi vida habría sido bastante peor sin Beethoven, Orff, Gerswin, Telemann, Joaquín Rodrigo, Gaspar Sanz, Vidaldi, Piazzola, Puccini, Dire Straits, Supertramp, Kroke, Madredeus, Dulce Pontes, Carlos Núñez o Milladoiro.

Mis paraísos particulares están en el Caribe, en el sur de África, en Chile y en Galicia, y me gustaría poder vivir una temporada en Nueva York, en Cartagena de Indias, en Lisboa y en Tifariti.

Me encantan la pasta con salsa cuatro quesos, las zamburiñas, la empanada de bacalao con pasas, el pulpo, la morcilla, el turrón de Jijona, el chocolate blanco, el dulce de leche, los postres de yema tostada, la sidra, el vino de Oporto y el café con leche.

Me suelen caer simpáticos los perdedores, y por eso de pequeño prefería ir con los confederados y con los comanches, pero también con los alemanes, los japoneses, los afrikáners, los serbios, los judíos y los argentinos.

De joven soñé con ir a la Nicaragua sandinista, pero según me fui haciendo mayor me horroricé con las consecuencias de miseria de espíritu y dolor que las revoluciones provocan en los pueblos que las hacen.

Amo a mi país porque es el que me ha tocado en suerte, pero a estas alturas de la película no creo que pudiera ser otra cosa que español, aunque una parte de mí siempre se sentirá también un poco portugués, un poco colombiano y un poco saharaui.

Pienso que en última instancia una patria no es tanto un territorio físico como una forma de entender la vida; y por eso la mía es la España de Antonio Machado, de Sorolla, de Jardiel Poncela, de Zuloaga, de Buero Vallejo, de Velázquez, de Albéniz, de Manuel de Falla, de Unamuno, de Maeztu, de Delibes, de Julio Camba, de Juan José Padilla…

Cuando ya he llegado a lo que probablemente sea la segunda mitad de mi vida tengo la convicción de que los dos mayores errores que se pueden cometer en esta vida son vivir con miedo y no ser capaces de demostrarle a los nuestros lo mucho que nos importan.

Cada día pago mis facturas, tanto las que se saldan con dinero como las otras, intento no tener cuentas pendientes, y hago lo posible para no avergonzarme demasiado de mí mismo cuando me miro al espejo.

¿Qué le voy a hacer? Soy cabezota, orgulloso, disciplinado, constante, vanidoso, coqueto, tímido, y ordenado, y me temo que ya es un poco tarde para cambiar.

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Feliz Navidad para todas las personas de buena voluntad que lean estas líneas, cualesquiera que sean su Dios, si es que lo tienen, y sus creencias.

Ojalá el nuevo año nos enseñe a ser indulgentes los unos con los otros.





5 comentarios:

  1. Conocí muy bien al niño de la foto. Le quise mucho. Él también me quería a mí. No estoy muy seguro de quien eres en la actualidad, pero eso no es achacable a ti, ya que eres un tipo completamente sincero. Exageradamente sincero, diría yo. Lo que sí sé perfectamente es quién era ese niño, al que conocí muy bien y al que continúo queriendo.

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  2. Pues yo no conocí al niño de la foto, pero si conozco bien al adulto en que se ha convertido y por quien siento un cariño y aprecio especial, porque por mucho que él quiera ponerse peros, es una buena persona.
    Una muy buena persona.

    Salud y Felices Fiestas querido Elefante.

    David Caridad García

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Comentarios: