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domingo, 17 de enero de 2021

¿Trumpismo después de Trump?


En las pasadas elecciones presidenciales norteamericanas de 2020 el candidato a la reelección Donald Trump obtuvo 74,2 millones de votos, el 46,90% del total de los sufragios, mejorando así sus resultados de los anteriores comicios presidenciales de 2016, en los que el político republicano ya había consiguió 62,9 millones de votos, el 46,15% del total. Y, sin embargo, a pesar de obtener millones de votos y concitar un significativo apoyo popular, Trump perdió la reelección de 2020.

Desde entonces hasta el presente muchas cosas han ocurrido en la política norteamericana, la mayoría de ellas negativas para Donald Trump y sus seguidores (reconozcámoslo, las más de las veces por los errores propios cometidos por el político conservador...). Por ello, ahora parece que la suerte se ha vuelto contra Trump, y tanto el Partido Demócrata como el propio establishment del Partido Republicano (los mismos políticos profesionales que durante sus cuatro años de mandato se plegaron a las directrices del presidente con tal de prosperar a la sombra de su popularidad y de sus éxitos…) parecen tener prisa para enterrar políticamente al personaje, y de paso también para dar por muerta a la corriente política norteamericana que Trump ha liderado desde 2016.

El argumento de los rivales de Trump es que el presidente destruyó su carrera política tras la Toma del Capitolio por algunos de sus simpatizantes el 6 de enero de 2021, y que, como consecuencia de ello, el trumpismo, que es visto como un fenómeno eminentemente personalista, se extinguirá con la muerte política de Donald Trump, una vez que a sus votantes se les caiga la venda de los ojos, recapaciten y se den cuenta de la locura populista en la que Trump les metió.

Sin embargo los que así piensan y ahora se frotan las manos con la muerte política de Trump (si es que al final se llega a producir, que esa es otra cuestión…), y dan por hecha la desaparición futura de los planteamientos políticos que hasta ahora él ha liderado, probablemente se van a llevar una decepción, porque quizá están por descubrir que lo que denominan el trumpismo en realidad no es tal, y no fue un invento de Donald Trump, porque es un movimiento político de fondo aglutinador de amplias capas de la sociedad norteamericana, que con el inicio del siglo XXI llegaron a la conclusión de que América (o, al menos lo que ellos entienden que es América…) estaba cayendo en una decadencia estructural, económica, política, y sobre todo de valores.

Y es que lo que hoy los medios de comunicación denominan trumpismo es en realidad la corriente ideológica de la Nueva Derecha norteamericana, un crisol de pensamiento que integra y reivindica desde hace décadas la defensa a ultranza de la libertad y los derechos individuales de los ciudadanos, la preservación de las raíces cristianas de la sociedad, la reducción a lo mínimo imprescindible de la intromisión del Estado en la vida de la comunidad, el papel esencial de la familia tradicional como pilar de la sociedad, el Derecho a la Vida, la concepción trascendente de la existencia desde la Fe que cada cual profese, la absoluta libertad económica, la seguridad jurídica y el principio de legalidad como ejes vertebradores de la acción de la Administración, y la obligación última que tienen los Poderes Públicos de respetar y proteger por encima de todo la libertad individual de los ciudadanos. Porque cuando en 2016 ganó la presidencia de los Estados Unidos Trump no hizo más que ponerse al frente de millones de votantes que ya formaban un colectivo con características perfectamente identificables, que había tomado forma tras los ocho años de presidencia de Barack Obama, a modo de reacción contra las políticas federales intervencionistas, el relativismo ideológico y moral, y la limitación de derechos individuales que Obama propugnaba.

Pero ahora el Partido Demócrata, capitaneado por Nancy Pelosi, la Presidenta de la Cámara de Representantes, ejemplo típico del animal político que conforma el establishment de Washington DC, con el apoyo de congresistas disidentes del Partido Republicano, que han preferido obviar que su formación ha vivido durante años a la sombra de Donald Trump y ahora pretenden ser los primeros en abandonar el barco que hace aguas, se empeña en tratar de ajustar cuentas con Trump, destruir su legado político y acabar para siempre con su carrera pública.

Sin embargo, si quiera por una vez estaría bien que, para variar, los medios de comunicación y los líderes de opinión consideraran lo que está pasando en la política norteamericana con mente abierta y espíritu crítico, y no con el típico sentido gregario que acostumbran a adoptar, que se suma al pensamiento dominante sin tan siquiera cuestionarlo con tal de no significarse, por miedo a aparecer como un verso suelto y ser por ello señalados con el dedo acusador de la masa.

Así, por ejemplo, al valorar el fin del mandato presidencial de Donald Trump estaría bien que algún analista tuviera el valor de decir que, aunque todavía está por acreditar fehacientemente si lo que pasó el 6 de enero de 2021 en el Capitolio de Washington DC fue un fenómeno espontáneo protagonizado por unos manifestantes radicalizados que unas medidas de seguridad deficientes no pudieron prever ni controlar, fue fruto del discurso vehemente e irresponsable de Trump, o respondió a un plan golpista premeditado, lo que resulta incuestionable es que la solución que se adoptó para desalojar a los manifestantes del Capitolio ese día, aunque voluntarista y bienintencionada, conllevó que el Vicepresidente del país y Presidente del Senado, Mike Pence, la Presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el Estado Mayor del Ejército Norteamericano rompieran la cadena de mando y acordaran vulnerar la legalidad al decidir por su cuenta y riesgo sacar a la calle a la Guardia Nacional, cuando en realidad el adoptar esa decisión era una prerrogativa exclusiva del Presidente de los Estados Unidos, el único con potestad legal para hacerlo.

Y es que a veces en política las cosas son más complejas y menos evidentes de lo que parecen…






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