Breaking

viernes, 31 de enero de 2025

Europa frente al espejo de Trump

 



El pasado 20 de enero de 2025 el republicano Donald John Trump tomó posesión como 47º presidente de los Estados Unidos de América, dando así comienzo a su segundo mandato al frente de la primera potencia mundial.

Trump ha regresado a la Casa Blanca tras cuatro años de calvario durante la presidencia del demócrata Joe Biden, a lo largo de los cuales estuvo permanentemente acosado por un cúmulo de turbios escándalos, procesos judiciales y persecuciones políticas que, muy probablemente, habrían conseguido acabar con la carrera política de cualquier otro que no tuviera su visión populista y provocadora de la realidad, su desenvoltura ante los medios y su carisma mesiánico entre sus partidarios.

Y a diferencia de lo que ocurrió en su anterior mandato presidencial entre 2017 y 2021, hoy Donald Trump ya no es visto como un advenedizo carente de equipo, sin un programa claro de gobierno más allá del eslogan “Make America Great Again” y sin el apoyo del aparato de su propio partido que hubiera conseguido la presidencia de los Estados Unidos gracias a una carambola electoral. Por el contrario, el Trump de 2025 se muestra como un líder experimentado que llega a su segunda presidencia arropado por una guardia pretoriana de incondicionales que le deben todo lo que son en política y con los que va a poder controlar sin problemas los resortes del poder en Washington, que tiene una agenda y unos objetivos políticos claros, y que cuenta con el control absoluto tanto del Partido Republicano, convertido de hecho en algo así como el “Partido Trumpista”, como de la Cámara de Representantes, el Senado y hasta del propio Tribunal Supremo de los Estados Unidos.

¿Y qué podemos esperar de estos próximos cuatro años de nueva presidencia de Donald Trump? De acuerdo con los primeros mensajes que nos llegan de Washington, Trump parece considerar que el resto del mundo se viene aprovechando desde hace tiempo de los Estados Unidos y quiere revertir esa situación para devolver la prosperidad a los americanos, y para eso su intención es que los aliados de los Estados Unidos paguen el coste real de su propia defensa, que sus socios comerciales dejen de inundar el mercado norteamericano con productos contra los que el aparato productivo estadounidense no puede competir, y que dejen de llegar a Norteamérica inmigrantes que ocupan los puestos de trabajo que les corresponderían a los ciudadanos americanos.

Ante estas expectativas, la mayor parte del mundo mira a Estados Unidos con una mezcla de miedo y desconfianza, y rechaza los planteamientos de la nueva presidencia que ahora comienza por el impacto negativo que su aplicación puede tener en el resto de los países, que parecen abocados a tener que pagar de su bolsillo la factura del “Make America Great Again” de Donald Trump y a sufrir sus consecuencias.

Y sin embargo, ¿Por qué nos parecen tan rechazables las ideas de Donald Trump? ¿Nos resultan en realidad tan ajenas? ¿Acaso no se plantean cosas parecidas en otros países desde hace años? En la Unión Europea, sin ir más lejos, los países ricos del norte de Europa llevan décadas quejándose de que con sus impuestos se financia el gasto en los países del sur del continente (quizá no en defensa, pero sí en infraestructuras o en pensiones); los agricultores se quejan de la competencia de los productores extracomunitarios procedentes de Marruecos, de Sudáfrica o de China que inundan nuestros mercados de hortalizas, fruta, miel o carne a precios imbatibles; y en países como España, Italia o Grecia las protestas ciudadanas contra la inmigración ilegal proveniente de África y otras partes del mundo son crecientes.

Entonces, ¿Qué es lo que diferencia las preocupaciones de los norteamericanos de las de los europeos? No mucho en realidad.

¿No será más bien que la diferencia entre la cultura política norteamericana y la europea estriba en que mientras al otro lado del Atlántico los ciudadanos eligen líderes con voluntad de hacer cosas para tratar de resolver lo que la gente percibe como sus problemas reales, aquí en Europa nos pasamos la vida enzarzados en discusiones estériles, mirándonos al ombligo, aletargados por la autocomplacencia de nuestra supuesta superioridad moral y paralizados por unos escrúpulos de conciencia que no nos dejan hacer frente a los problemas que tenemos como sociedad y ponerles remedio?

Igual deberíamos temer y rechazar menos las ideas y la forma de hacer política de Donald Trump y empezar a tomar ejemplo de cómo la política puede dar respuesta a las aspiraciones reales de los ciudadanos con ambición y contundencia cuando es capaz de liberarse del encorsetamiento, y los tópicos impuestos por élites que sólo se representan a sí mismas y que llevan décadas secuestrando la genuina voluntad popular.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios: