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miércoles, 18 de junio de 2014

Lo mal que Occidente gana las posguerras

 
En los últimos días los medios de comunicación traen noticias alarmantes de la absoluta inestabilidad en que anda sumido Iraq, donde el gobierno de mayoría chií de Nuri al-Maliki se bate en retirada en el norte del país ante las embestidas de los yihadistas del Ejército Islámico de Iraq y Levante, organización escindida de Al-Qaeda que, al parecer, ha sabido concitar las simpatías de amplios sectores de la minoría suní del país, incluyendo a los antiguos partidarios de Saddam Hussein agrupados en lo que queda del partido Baaz, a las órdenes del general Ibrahim al-Douri (sorpresas te da la vida… nacionalistas panárabes laicos luchando codo con codo con yihadistas… si Nasser levantara la cabeza…).
 
Semejante panorama en Iraq, un país que históricamente ha ido enlazando sin solución de continuidad dictaduras corruptas, inestabilidad, violencia y sufrimiento para su pueblo, nos debería resultar escandalosamente preocupante por sí mismo. Pero si uno repara en que los antecedentes de toda esta situación se encuentran en la invasión del país por parte de una Coalición Internacional liderada por los Estados Unidos de América en 2003, entonces la preocupación se vuelve pasmo. Porque a pesar de la supuesta intención estabilizadora de la misión norteamericana en Iraq, de los más de dos billones de USD gastados sobre el terreno, y de los 4.500 soldados occidentales muertos en combate, el resultado de 9 años de ocupación del país es tremendamente desolador: 150.000 iraquíes fallecidos, 1.500.000 desplazados, un estado fallido con la mayoría de sus infraestructuras destruidas, los radicalismos islamistas chií y suní en plena efervescencia, y una sociedad dislocada que camina a marchas forzadas hacia la división traumática del país entre chiíes, suníes y kurdos.
 
Y ante este estado de cosas uno se pregunta: ¿para qué intervino Estados Unidos en Iraq en 2003?

Porque cuando el supuesto gendarme del mundo ya no es capaz de controlar y estabilizar un país como Iraq, entonces quizá ha llegado la hora de que deje el puesto y permita actuar a otros.
 
Porque además, no nos engañemos, lo ocurrido en Iraq no es un caso aislado. En las últimas décadas la lista de intervenciones lideradas o auspiciadas por Occidente (a veces por los norteamericanos solos, a veces en compañía de otros…) que han terminado en fiascos militares y políticos y en conflictos enquistados empieza a ser larga, sobre todo cuando hay poblaciones musulmanas de por medio: Somalia en 1993, Afganistán en 2001, Iraq en 2003, Libia en 2011, Siria también en 2011, Mali en 2013, etc., etc., etc.
 
En realidad, la última posguerra que Occidente en general, y los Estados Unidos en particular, ganaron de forma nítida y rotunda fue posiblemente la de la II Guerra Mundial -que trajo consigo la transformación de la Alemania hitleriana en la democrática y pluralista República Federal Alemana que hoy conocemos-, pero eso fue allá por 1945, hace casi 70 años.
 
En una visión del mundo con los ojos del siglo XXI, la injerencia en los asuntos de terceros países, la resolución de conflictos en base al uso de la fuerza, el neocolonialismo, y el imperialismo son instrumentos de política exterior que los ciudadanos censuran, y que casan mal con los valores y principios de las sociedades democráticas. Pero si a pesar de todo los políticos se empeñan en seguirnos vendiendo soluciones militares con la excusa de la razón de estado, o la teoría del mal menor, al objeto de poder combatir con garantías a los enemigos de Occidente, al menos deberían hacerlo con un poco de oficio, con algo de sentido común y con mucha previsión y planificación.
 
Porque si no, a base de ganar guerras para luego perder las posguerras, los gobiernos occidentales van a terminar agotando nuestra paciencia, y la próxima vez no habrá ciudadanos dispuestos a financiar sus aventuras militares, ni nadie que quiera aceptar de buen grado que todo acabe con soldados muertos sin saber por qué cayeron y volviendo a casa en cajas de pino, y con países del tercer mundo a los que supuestamente íbamos a rescatar pero que, al final, acaban todavía más hundidos, empobrecidos y arrasados de lo que nos los encontramos.
 
Los experimentos en política exterior, con gaseosa Señorías, siempre con gaseosa...
 
 
 

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