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viernes, 15 de mayo de 2015

El Populismo y la Democracia



"La democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida por la elección hecha merced a una mayoría incompetente" (George Bernard Shaw).

Es descorazonador, pero los sistemas democráticos llevan en su alma el virus del populismo.

Las democracias contemporáneas han acostumbrado a los ciudadanos a que, cada vez que hay elecciones, sus representantes, o aquellos que aspiran a serlo, les ofrezcan el paraíso en la tierra sin aparente coste o esfuerzo alguno por su parte, tan solo a cambio de su voto, y que a la vez les amenacen con un eterno sufrimiento y crujir de dientes si acaso se les ocurriera votar al candidato equivocado (o sea, al contrincante político, que además suele presentarse como "el Enemigo" con mayúsculas).

Lo curioso es que cuando se produce este comportamiento, a los candidatos (salvo honrosas excepciones...) les da exactamente igual de qué elecciones se trate, porque sus mensajes suelen ser siempre los mismos, promesas vagas y demagógicas, que, además, explican de forma frívola y superficial, sin el más mínimo rigor, con un lenguaje primario, y con una profundidad digna del coeficiente intelectual de una ameba (y que me perdonen las amebas por la comparación).

Así, el repertorio está lleno de mucho pleno empleo, mucha bajada de impuestos, mucho gasto social, y mucha salida de la crisis, da igual que vayamos a elegir concejales y alcaldes, diputados autonómicos, enlaces sindicales, al presidente de la comunidad de vecinos, o al delegado de curso. Es lo mismo. Eso sí, todo ello se adereza con una continua explotación de la imagen del líder correspondiente, de la cara conocida del partido, de una manera rayana en el culto a la personalidad, aunque en realidad el personaje en cuestión no se presente para ser elegido concejal, ni alcalde, ni diputado autonómico.

Y por si fuera poco, a los políticos, las más de las veces, las promesas incumplidas y las mentiras electorales les salen completamente gratis una vez que han salido elegidos. Porque desgraciadamente los votantes tenemos muy poca memoria, y además la que tenemos está distorsionada por un extraño sentimiento tribal rayano con la irracionalidad. Ese sentimiento nos lleva a que el amor que profesamos por las siglas de nuestro corazón (tanto da que sean rojas o azules) solo sea comparable por el odio visceral y cerril que sentimos por las siglas del rival político (tanto da que sean azules o rojas), a quien jamás escucharemos, en quien nunca confiaremos, y al que de ninguna manera otorgaremos el beneficio de la duda.

Nuestros políticos son como Pinocho, y mienten de forma compulsiva mientras su nariz crece y crece. Pero nosotros los votantes somos como las ovejas de Babe el Cerdito Valiente, que estaban tan absolutamente convencidas de que los perros ovejeros eran en realidad sanguinarios lobos asesinos que nada ni nadie las podría hacer pensar lo contrario, y en consecuencia toda su vida se limitaban a dejarse arrastrar por el rebaño.


 


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