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viernes, 17 de julio de 2015

Grecia: aquelarre en la Plaza Sintagma

 
Hace apenas unos días Atenas se nos aparecía como el centro de un huracán progresista que iba a barrer la Eurozona para echar abajo el edificio de la ortodoxia económica construido durante más de una década por parte de las Instituciones comunitarias.
 
El origen de todo esto era que el 5 de julio de 2015 se había celebrado en Grecia un referéndum, y que en ese referéndum el pueblo griego había decidido por amplia mayoría rechazar el plan de rescate que Europa pretendía imponerle, consistente en un paquete de medidas de austeridad y recorte del gasto público que, con la excusa de sacar al país del marasmo económico en que se halla, equilibrar las cuentas públicas y recapitalizar al sistema financiero, en realidad lo que pretendía era humillar al pueblo griego e imponerle décadas de sufrimiento y miseria.
 
Y ante esta situación insoportable, los griegos, haciendo uso de su soberanía y de su dignidad nacional, decidieron ignorar los designios de los acreedores y los banqueros, rechazaron el plan de rescate europeo, y se alzaron para liberarse del yugo del “IV Reich alemán” y de la canciller Angela Merkel, cabeza visible de la derecha europea fervientemente partidaria del denominado “austericidio” como dogmático purgante con que hacerle pagar a la clase trabajadora los excesos de los especuladores y la factura de la burbuja financiera.
 
Y para celebrarlo la gente salió a la calle en Atenas la noche del 5 de julio de 2015, y en la Plaza Sintagma, frente al Parlamento Helénico, se organizó de manera espontanea una manifestación a medio camino entre un espectáculo de "coros y danzas" (sirtaki y banderas al viento incluidas) y un aquelarre contra el “austericidio”, animado todo ello bengalas y fogatas para la quema figurada de Ángela Merkel en efigie…
 
Hace apenas unos días (¿solo unos días?, qué lejos se ve todo esto ya…) media Europa soñaba con una especie de revolución que cambiaría el sistema económico en el que se asienta nuestra sociedad. Sin embargo, unos días después poco queda de todo aquello, y el “Érase una vez” se ha transformado en “Esto es lo que hay”.
 
Porque en los últimos días el gobierno heleno del primer ministro Tsipras, justo después de llevar a su pueblo a un referéndum del tipo “viaje a ninguna parte”, se ha dado una ducha fría de realismo (que para el pueblo griego no está siendo fría, sino más bien helada…) y ha resuelto finalmente aceptar la ayuda de la Eurozona y así, por medio de un tercer rescate, intentar sacar a Grecia del agujero económico en que se encuentra. Y la medicina va a ser realmente muy amarga.
 
Y es que a cambio de los alrededor de 80.000 millones de euros que está previsto que Grecia reciba de Europa a lo largo de los próximos tres años (que, sumados a los 315.000 millones de los dos rescates anteriores, van a suponer que al final del proceso los europeos le habremos prestado a Grecia 395.000 millones de euros, o sea que cada europeo habrá puesto unos 750 euros de su bolsillo, y que de media cada griego habrá sido subvencionado por Europa con más de 35.000 euros), el país tendrá que llevar a cabo recortes adicionales en gasto público (sobre todo en pensiones y sueldos de funcionarios), subidas de impuestos, un ambicioso programa de privatizaciones, y agresivas reformas en su mercado laboral, medidas todas estas que endurecerán más aún si cabe las condiciones de vida de una sociedad como la griega sometida desde hace más de un lustro a los efectos de una terrible crisis económica y a un rosario de errores en política económica por parte de los gobiernos que se han ido sucediendo en el país.
 
Llegados a este punto algunos piensan que lo ocurrido supone triturar la soberanía del pueblo griego, certificar el monopolio del poder económico por parte de los poderes fácticos en Europa, dar carta de naturaleza a la dictadura de los mercados y los especuladores capitaneados por una Alemania ansiosa de imponer su bota política y económica al resto de Europa.
 
Los que así opinan se olvidan, sin embargo, de que frente a los 11 millones de griegos azotados por la crisis (asumiendo que todos ellos, sin excepción, se sintieran oprimidos por una ortodoxia económica neoliberal asfixiante, lo cual es mucho decir, sobre todo si tenemos en cuenta a aquellos que desde que se inició la crisis no han visto las cosas claras y han ido sacando alrededor de 100.000 millones de euros de los bancos del país, 17.000 millones de ellos los días previos a la victoria electoral de Tsipras y Syriza en enero de 2015) lo que hay no son “los mercados” o “los especuladores” como algo abstracto, sino 500 millones de ciudadanos de la Unión Europea, de los cuales, sin ir más lejos, 80 millones de alemanes, 8,5 millones de austriacos, 5,5 millones de finlandeses o 17 millones de holandeses se muestran según todas las encuestas mayoritariamente en contra de seguir sosteniendo con sus impuestos a una economía como la griega que durante años no ha sido capaz de salir de Cuidados Intensivos a pesar de los miles de millones de euros de ayuda europea que le han prescrito.
 
¿Acaso los alemanes, los austriacos, lo finlandeses, los holandeses, los europeos en general, no tenemos tanto derecho como los griegos a ejercer nuestra soberanía, a que nuestros políticos velen por nuestros intereses, a que nuestros gobernantes respeten nuestra voluntad como ciudadanos? ¿O es que solo los griegos que apoyan a Tsipras y a Syriza tienen esos derechos?
 
Otros consideran que lo que está ocurriendo con la crisis griega constituye una quiebra de los principios de igualdad y solidaridad que cimentaron la construcción de la unidad europea, entienden que las recetas de la Eurozona para salir de la crisis (lo que denominan “el austericidio”) están matando la ilusión y el futuro de millones de ciudadanos (de jóvenes a los que se les niega un futuro, de clases medias condenadas a la pobreza, de parados de larga duración sin esperanza de encontrar trabajo...). Y concluyen afirmando vehementemente que no creen en este modelo, que aspiran a una sociedad distinta, y que esta no es su idea de Europa.
 
Lo que pasa es que los que así opinan se olvidan de que la alternativa a esta Europa imperfecta (en la que por mor de la ortodoxia económica unos sufren la crisis mientras otros se quejan por seguir pagando la factura con sus impuestos…) no es otra Europa distinta, solidaria e igualitarista, donde la voluntad política pudiera torcerle el brazo a los mercados y a la realidad económica. Desgraciadamente esa Europa en la que sueñan no existe, y eso es así porque cosas como la multiplicación de los panes y los peces se dan, como mucho, en el Evangelio (y encima hay que creer en Dios para pensar que ocurrió en realidad…), pero no en la vida cotidiana.
 
Una Europa distinta a la que tenemos seria una sociedad que no nos podríamos permitir, porque la economía sería simplemente insostenible. Pero además sería una sociedad profundamente injusta e inmoral, en la que no se valorarían el trabajo, el esfuerzo, y la responsabilidad; y en esa Europa el igualitarismo acabaría con los principios de mérito y capacidad, y la libertad individual se quedaría en nada.
 
Resulta triste decirlo (e irritante para más de uno escucharlo…), pero la alternativa a la Europa que conocemos, que nos pide vivir según nuestras posibilidades y ser responsables de nuestras decisiones, tanto individual como colectivamente, no está aquí, sino en sitios tan poco apetecibles para vivir como Bielorrusia o Venezuela…
 
¿Os es que acaso los que rechazan la Eurozona y sus recetas preferirían emigrar e irse a vivir a Minsk o a Caracas?
 
Se admiten voluntarios para mudarse a esos paraísos…
 
 


(Postdata: al menos durante un tiempo este será el último post sobre la crisis griega. En ocasiones polemizar por escrito según de qué cosas nos termina produciendo rozaduras, como los zapatos que nos gustan pero a la vez nos aprietan…)


2 comentarios:

  1. Vamos a debatir, que siempre es sano y con ello se combate muy bien estas calidas noches madrileñas:

    1.- Empezaré por puntualizar que nunca creí que “un huracán progresista fuera a barrer la Eurozona”. Quizás porque sé que el “edificio de la ortodoxia económica” es demasiado sólido para ser derrumbado por los pequeños soplidos “de un lobo feroz de cartón-piedra” o quizás porque, como dice nuestro buen amigo común Antonio Muñoz, somos demasiado viejos o demasiado descreídos para saber que algo así iba a triunfar. Por eso, estaba convencido de que el referéndum del día 5 de julio era un esperanzador acto democrático que podía suponer un antes y un después en la relaciones de los gobernantes con sus gobernados, pero que su peso real o posible influencia en las posteriores negociaciones iba a ser muy poca o nula y que al final, Grecia tendría que “claudicar” y aceptar las condiciones para el préstamo de más dinero o salir directamente de la zona euro. En este “partido” que jugaban Grecia y la Troika se olía cual iba a ser el resultado.

    2.- También quisiera dejar claro que siempre estaré a favor de que los gobiernos, ante ciertas decisiones importantes que deban tomar y que afecten de una manera importante a sus ciudadanos, planteen referéndums. Siempre y en todos los casos. Tanto ahora en el caso de Grecia, como cuando en el 2005 Holanda o Francia plantearon referéndums sobre la Constitución Europea. Lo que me resulta del todo incomprensible es que se pregunte a la población sobre este tipo de cuestiones y luego el gobierno de turno pase olímpicamente del resultado de esas consultas y apliquen las medidas que tenían pensadas desde un principio. Esto es como lo que decía el humorista José Mota en uno de sus sketch: “Si hay que ir, se va. Pero ir para na’ es tontería”.

    3.- Estoy completamente seguro que la situación económica de Grecia necesita de medidas urgentes y drásticas y muchas de ellas no serán agradables para la población en general, pero lo que no me parece muy de recibo es que se sigan tomando las mismas medidas económicas que ya sabemos que han fracasado en TODOS los casos que se han aplicado (Irlanda, Portugal, Grecia y España). Repito aquella gran frase: “los errores son para aprender, no para repetir”.

    4.- En cuanto a lo de elegir entre esta “Europa imperfecta” nuestra y un escenario como el de Venezuela o Bielorrusia…. No tengo información precisa de cual es la situación en Bielorrusia, pero si que la tengo sobre Venezuela, ya que debido a mi trabajo tengo contacto directo con ciudadanos de ese país y lo que me cuentan no me gusta nada, nada, pero digo yo, que entre los dos los extremos habrá algo intermedio que nos podría servir para Europa ¿no? ¿Cuál es? Pues no lo sé, lo único que tengo claro es que, no me gusta Venezuela pero tampoco me agrada mucho la Europa en la que ahora vivo y sobre todo por ciertas decisiones que se toman y que marcan el rumbo económico. Y lo que más me escuece es COMO se toman esas decisiones.

    5.- En cuanto a tú Postdata, primero debo hacer examen de conciencia y pedir disculpas por si alguno de mis últimos “exaltados” comentarios te han ofendido o te han hecho sentir mal. Prometo “propósito de enmienda”. Yo, personalmente, si tengo un zapato que me gusta pero que me hace rozaduras, trato de curarlas, pero nunca dejo de ponerme el zapato por ese motivo. No me gusta la censura, me parece algo repugnante, he sido enseñado en el respeto a los demás y a sus ideas y que se puede disentir, polemizar e incluso combatir las ideas contras ideas, pero jamás acallarlas, porque son tan validas como las mías. Repito: no me gusta la censura y mucho menos la AUTOCENSURA. Por favor, no dejes jamás de expresar libremente tus ideas y opiniones, porque es vital para la sociedad en la que yo y muchos otros creemos.

    Un saludo.

    David Caridad

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  2. Yo no sé a los demás, pero a mi escribir tan bien como escribes tú me cuesta mucho. Es más, creo que no es que me cueste mucho, sino que, simplemente, soy incapaz de hacerlo. Por eso me da pereza ponerme a responder a este post, pero no quiero desaprovechar esta última oportunidad, si es que se cumple lo que dices en tu posdata, para hablar del asunto griego.

    Según tengo entendido en Grecia el 40% de las cosas son propiedad de la Iglesia Ortodoxa. Otro 40% pertenece al Ejército. Mientras que el 20% restante se lo reparten todos los demás (entre personas físicas y jurídicas no militares ni religiosas).

    Creo que en Grecia ni la Iglesia ni el Ejército pagan impuestos.

    Si esas dos cosas que he leído no sé donde son ciertas la conclusión no puede ser más que una: estamos ante un Estado fallido.

    Las cosas no pasan nunca porque sí: Durante la Primera Guerra Mundial Grecia llegó a tener simultáneamente dos gobiernos, uno pro-alemán y otro pro-británico. Entre los años 1919 y 1922 Grecia perdió una nueva guerra con Turquía. Tras esa enorme catástrofe se abolió la monarquía. Se estableció una república. Apenas diez años después se reinstauró la monarquía. Un año después hubo un golpe de estado que implantó un gobierno autoritario. En 1940 Grecia entró en guerra, primero con Italia y después con Alemania. En el invierno del año 1941 unos 100.000 civiles griegos murieron de hambre. Después de ser liberada por las Fuerza Aliadas, en Grecia estalló una guerra civil entre comunistas y anticomunistas. Tras la victoria de los anticomunistas, el Plan Marshall trajo a Grecia un par de décadas de relativa prosperidad. Pero en 1967 un grupo de coroneles dio un nuevo golpe de estado e instauró una nueva dictadura . . . Yo no hago responsable de todo eso al pueblo griego . . . Como viví en España durante los últimos cuarenta años del siglo XX tiendo a no culpabilizar a la gente de lo que hacen sus dirigentes.

    Las cosas pueden cambiar y Europa es un excelente ejemplo: antes de este momento de preponderancia ultra-liberal, en Europa existió un periodo de tiempo, llamémosle social-demócrata, en el que la tendencia era corregir, lentamente, esas situaciones calamitosas que se vivían, no sólo en Grecia, sino en buena parte del sur pobre de Europa. Obviamente para eso hacía falta el apoyo económico de los europeos ricos del norte. Pero no creas que esos europeos eran tan ingenuos y cantamañanas como das a entender en tu post, ¡qué va! No creas que sólo lo hacían por altruismo, también sabían que la creación de un Mercado Común era la su última oportunidad de mantener el tipo antes los otros “imperios” que se estaban merendado a la vieja y atomizada Europa, en la que los nacionalismos y la insolidaridad con el vecino que vive a 50 kilómetros eran lo usual.

    Llámame tonto si quieres, pero yo pongo a gusto esos 750 euros de mi bolsillo para intentar que en Grecia no vuelva a pasar otra vez lo mismo.

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