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domingo, 17 de julio de 2016

Golpe de estado coartada en Turquía


Plaza Taksim de Estambul en la noche del 15 al 16 de julio de 2016
   
El 15 de julio de 2016 asistimos a un golpe de estado frustrado en Turquía, la primera asonada retransmitida en tiempo real del siglo XXI, ocurrida además en un país miembro de la OTAN.

Lo primero que he de decir es que, independientemente del interés general que ha despertado en todo el mundo este hecho dramático, para mí el golpe de estado en Turquía ha sido en primer lugar una angustiosa cuestión personal, y la noche del 15 al 16 de julio la pasé casi en blanco, con el miedo agarrado a la boca del estómago, pegado a la radio y la televisión, y luchando con WhatsApp para conseguir tener noticias de lo que estaba pasando en Estambul, y por extensión en el resto del país.

Y aunque el momento crítico pasó, todavía se me encoge el corazón recordándome a mí mismo pendiente de las noticias de Turquía, preocupado por si sería ya seguro salir a la calle en Estambul, si se podría comprar agua y comida en las tiendas, si funcionarían los cajeros automáticos, o si los vuelos a España podrían volver a operar con normalidad.

Sin embargo, más allá de la preocupación personal por todo este asunto, lo que hemos ido conociendo de lo ocurrido en Turquía en la noche del 15 al 16 de julio de 2016 durante el fracasado golpe de estado plantea cada vez más dudas y cuestiones a aclarar.

Así, estamos hablando de un golpe de estado que el gobierno turco desde el principio presenta como obra de una minoría de militares traidores. Sin embargo, que se sepa, ese mismo gobierno fue incapaz de movilizar a la mayoría de miembros de las fuerzas armadas que en teoría habrían permanecido fieles al poder establecido para frustrar el pronunciamiento, y sólo cuando el presidente Erdogan empujó a la calle a sus partidarios como carne de cañón para hacer frente a las bayonetas se pudo parar a los militares sublevados y frustrar el golpe de estado.

De acuerdo con las informaciones que nos han ido llegando, en el transcurso del golpe se produjeron casi 300 muertos, de ellos más de 100 serían golpistas, y alrededor de 3000 heridos. Sin embargo, en pleno siglo XXI, cuando cualquier acontecimiento se registra y se difunde en tiempo real por todo el mundo, a nuestros medios de comunicación no han llegado imágenes de enfrentamientos entre fuerzas militares favorables y contrarias al golpe.

Por otro lado, una vez recobrado el control de la situación, en cuestión de horas el gobierno turco estuvo en disposición de identificar y detener rápidamente a 3000 militares y funcionarios, tanto jueces como fiscales, involucrados de una u otra manera en la intentona golpista, de la que sin embargo no conocemos ni a sus cabecillas ni a sus líderes.

Por no saber, no sabemos si los golpistas representan a los restos del kemalismo laico del que una vez fue garante el ejército turco, o si por el contrario están vinculados al antiguo aliado de Erdogan y su Partido de la Justicia y el Desarrollo, el AKP, el clérigo Fethullah Gülen, líder de Hizmet, una suerte de Opus Dei a la turca.

Sin embargo, lo que sí parece claro es que el gobierno del AKP, formación política que ha vencido sistemáticamente todos los comicios celebrados en Turquía desde el año 2002, ha visto en el golpe la ocasión perfecta para purgar al aparato del estado de cualquier atisbo de disidencia contra Erdogan y el islamismo cada vez más autoritario y excluyente que el presidente representa.

En paralelo a lo ya expuesto, tampoco hay que olvidar la reacción (¿quizá deberíamos decir la "no reacción"?) del mundo occidental, particularmente de Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea, ante el golpe, pues hasta bien avanzada la madrugada, precisamente cuando Erdogan ya había conseguido sacar a sus partidarios a la calle y el riesgo de derramamiento de sangre y víctimas civiles se hizo patente, las declaraciones oficiales mostraban una inquietante tibieza equidistante, que de hecho más bien sonaba a velada comprensión, ante una operación destinada a eliminar políticamente a un socio autoritario e incómodo como Erdogan, cada vez más alejado de los valores de democracia efectiva, tolerancia, protección a las minorías y respeto de los derechos humanos que Occidente representa.

Baste recordar que cuando se conocieron las primeras noticias de la sublevación, el secretario de estado norteamericano John Kerry, que se encontraba de visita en Moscú, declaró estar enterado del golpe de Estado perpetrado en Turquía, donde, afirmó, esperaba que hubiera "paz y estabilidad", para seguidamente declarar: "He visto las informaciones (sobre lo ocurrido en Turquía) pero no tengo más detalles, por el momento. Espero que haya paz, estabilidad y continuidad en Turquía pero no tengo nada que añadir respecto a lo que está pasando ahora mismo". Sin embargo, una vez que la operación dejo de parecer incruenta, las capitales occidentales empezaron a hablar de golpe frustrado, a la vez que proclamaron su apoyo sin reservas al presidente Erdogan y al orden establecido en Turquía.

En este sentido, no es cuestión de señalar a nadie (lo que en mi caso sería una pura y simple especulación sin ninguna base objetiva), pero tengo la corazonada de que los que apoyaran el golpe de estado no habrían estado en absoluto dispuestos a que el mismo se convirtiera en un baño de sangre retransmitido por televisión a todo el mundo, y que con tal de evitarlo habrían sido capaces de abortarlo sobre la marcha y dejar en la estacada a sus autores materiales sin siquiera despeinarse.

Lo que no se puede pasar por alto son las imágenes de miles de simpatizantes del AKP, que en las últimas elecciones anteriores al golpe obtuviera la confianza de prácticamente la mitad de los votantes en Turquía, haciendo frente a unos militares sublevados que no parecían haber previsto encontrar una oposición significativa a sus propósitos, ni de sus compañeros de armas ni mucho menos de la población civil. Por el contrario, cuando los civiles les hicieron frente, los sublevados sólo acertaban a disparar al aire para defender la asonada militar, pero no utilizaron la fuerza de manera resolutiva para hacer que tuviera éxito, y por su reacción según avanzaba la noche del 15 al 16 de julio uno podría pensar que nunca hubieran estado realmente resueltos a usar las armas que empuñaban para hacer triunfar el golpe.

En última instancia, para Occidente, la gran contradicción que se hace patente con el golpe de estado del 15 de julio de 2016 en Turquía reside en tener que reconocer que la mera apariencia de laicismo kemalista de todo el que se oponga al islamismo autoritario y excluyente de Erdogan y el AKP se ve con buenos ojos, cualesquiera que sean los medios que se utilicen, pero que al mismo tiempo ese mismo Occidente, al que le encantaría ver desaparecer a Erdogan, siente escrúpulos de conciencia a la hora de avalar soluciones que vulneren las formas en un estado como el turco, que probablemente hace ya tiempo que dejó de ser una democracia real.



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