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viernes, 8 de julio de 2016

Amar con el alma, capítulo IV



   Tal vez a los humanos de verdad la mente, o el alma, o la conciencia, les fluye por el cuerpo como si fuera sangre, habitando hasta la última célula de su ser físico, y por tanto Aristóteles tenía razón: en los humanos la mente y el cuerpo son una sola cosa indivisible, y el yo está con el cuerpo y también perece con él.

Se imaginó aquella unión con un estremecimiento. De ser verdad, qué afortunados eran los humanos. Habría querido atreverse a susurrárselo a ella, que era su sueño y a la vez su pesadilla. Afortunados y condenados...

Cuando los corazones les latían de emoción, también les latía el alma; cuando les iba el pulso a cien, sus espíritus estaban excitados; cuando se les llenaban los ojos de lágrimas de felicidad, era su mente la que experimentaba la alegría.

Sus mentes tocaban a la misma gente que sus dedos; y cuando eran los demás quienes los tocaban a ellos, era como si dos conciencias distintas se unieran brevemente.

La mente le daba sensualidad al cuerpo, permitía al cuerpo degustar el placer y oler el amor en el dulce aroma del amante; no eran solamente los cuerpos de los humanos los que hacían el amor, también lo hacían sus mentes.

Y al final el alma, igual de mortal que el cuerpo, descubría la última gran lección de la vida: la irreversible muerte del cuerpo al final del viaje.


(Cita recreada de la novela "Dos años, ocho meses y veintiocho noches", original de Salman Rushdie )

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