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miércoles, 30 de noviembre de 2016

Adviento en Viena



   El día dura escasamente hasta las cuatro de la tarde, el cielo tiene un color gris plomizo, y un viento frío sopla a la vuelta de cada esquina.

Avenidas jalonadas de edificios decimonónicos atraviesan la ciudad; en las plazas hay mercadillos de Adviento con motivos navideños llenos de gente que bebe ponche caliente con ron y come salchichas, patatas asadas y langos fritos; los tranvías recorren los bulevares; aquí y allá asoman cafés con veladores de mármol y camareros vestidos con chaleco que sirven café melange, sachertorte y apfelstrudel.

La ciudad tiene la elegancia y el encanto de esas mujeres maduras que dominan el secreto de resultar más y más atractivas con cada año que cumplen.

Una noche vamos a un concierto en la Musikverein y escuchamos la Quinta Sinfonía de Beethoven. Las cariátides doradas que decoran la sala reflejan el brillo del viejo imperio austrohúngaro y de un mundo que hace tiempo que no existe, pero el torrente de las notas musicales que genera la orquesta vibra con ímpetu en el aire y hace palpitar el alma.

Comemos Tafelspitz, Wiener Schnitzel y Cordon Bleu, y sucumbimos a las tartas y los chocolates vieneses nos tientan desde los escaparates de los cafés y las pastelerías.

La música clásica es omnipresente en Viena, en realidad en toda Austria. Está en las programaciones de los teatros y las salas de conciertos, en las estatuas que adornan las plazas, en los nombres de las calles, en los museos, y hasta en las tiendas de recuerdos.

Viena es arte en estado puro: Gustav Klimt, Peter Brueguel el Viejo, Hans Holbein, Wolfgang Amadeus Mozart, Ludwig van Beethoven, Johann Strauss...

Los vieneses son expresivos y ruidosos, más de lo que lo que uno esperaría de unos civilizados ciudadanos centroeuropeos, y salta a la vista que disfrutan con la buena vida, con la comida, con la bebida y con la diversión.

Curiosamente, en Viena bastantes cosas que tienen que ver con el placer se denominan en italiano, como si en las frías tierras centroeuropeas las evocaciones meridionales fueran sinónimo del placer y el bienestar: Maroni, Espresso, Prosecco…

Una tarde gélida asistimos a un concierto de Adviento a capella en la Peterskirche, y la espiritualidad de la música y la dulzura de las voces del coro hacen que por un instante uno se sienta reconciliado con Dios y con la vida.

El Imperio austrohúngaro murió, y hoy en la capital de Austria conviven de manera pacífica y sin estridencias elementos tan dispares como un monumento al soldado soviético, antiguos palacios nobiliarios, la sede de la OPEP, maravillosas iglesias barrocas, tiendas de artículos de lujo, austriacos de pura cepa, y rostros y acentos de las más diversas naciones de Europa Central y Oriental mezclados entre sí.

Viena es la noria del Prater, los coches de caballos que recorren en la penumbra las calles que rodean el Palacio Imperial de Hofburg, los puestos callejeros que venden salchichas, y el amor a la vida de los austriacos en los cafés y las cervecerías.



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