El día dura escasamente
hasta las cuatro de la tarde, el cielo tiene un color gris plomizo, y un viento
frío sopla a la vuelta de cada esquina.
Avenidas jalonadas de
edificios decimonónicos atraviesan la ciudad; en las plazas hay mercadillos de
Adviento con motivos navideños llenos de gente que bebe ponche caliente con ron
y come salchichas, patatas asadas y langos fritos; los tranvías recorren los
bulevares; aquí y allá asoman cafés con veladores de mármol y camareros
vestidos con chaleco que sirven café melange, sachertorte y apfelstrudel.
La ciudad tiene la
elegancia y el encanto de esas mujeres maduras que dominan el secreto de
resultar más y más atractivas con cada año que cumplen.
Una noche vamos a un
concierto en la Musikverein y escuchamos la Quinta Sinfonía de Beethoven. Las
cariátides doradas que decoran la sala reflejan el brillo del viejo imperio
austrohúngaro y de un mundo que hace tiempo que no existe, pero el torrente de
las notas musicales que genera la orquesta vibra con ímpetu en el aire y hace
palpitar el alma.
Comemos Tafelspitz, Wiener Schnitzel y Cordon Bleu, y sucumbimos a las tartas y los chocolates vieneses
nos tientan desde los escaparates de los cafés y las pastelerías.
La música clásica es
omnipresente en Viena, en realidad en toda Austria. Está en las programaciones de los teatros y las salas de
conciertos, en las estatuas que adornan las plazas, en los nombres de las
calles, en los museos, y hasta en las tiendas de recuerdos.
Viena es arte en estado
puro: Gustav Klimt, Peter Brueguel el Viejo, Hans Holbein, Wolfgang Amadeus
Mozart, Ludwig van Beethoven, Johann Strauss...
Los vieneses son
expresivos y ruidosos, más de lo que lo que uno esperaría de unos civilizados
ciudadanos centroeuropeos, y salta a la vista que disfrutan con la buena vida,
con la comida, con la bebida y con la diversión.
Curiosamente, en Viena
bastantes cosas que tienen que ver con el placer se denominan en italiano, como
si en las frías tierras centroeuropeas las evocaciones meridionales fueran sinónimo
del placer y el bienestar: Maroni, Espresso, Prosecco…
Una tarde gélida asistimos
a un concierto de Adviento a capella en la Peterskirche, y la espiritualidad de
la música y la dulzura de las voces del coro hacen que por un instante uno se
sienta reconciliado con Dios y con la vida.
El Imperio austrohúngaro
murió, y hoy en la capital de Austria conviven de manera pacífica y sin
estridencias elementos tan dispares como un monumento al soldado soviético,
antiguos palacios nobiliarios, la sede de la OPEP, maravillosas iglesias
barrocas, tiendas de artículos de lujo, austriacos de pura cepa, y rostros y
acentos de las más diversas naciones de Europa Central y Oriental mezclados
entre sí.
Viena es la noria del
Prater, los coches de caballos que recorren en la penumbra las calles que
rodean el Palacio Imperial de Hofburg, los puestos callejeros que venden
salchichas, y el amor a la vida de los austriacos en los cafés y las
cervecerías.
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