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sábado, 1 de febrero de 2020

Crisis económica y buenas intenciones


Tengo un amigo, buena persona él, que forma parte del grupo de los sinceramente convencidos de que desde que estalló la crisis en España hace ya más de diez años, y la economía de este país se fue al carajo y se llevó por delante los sueños y las esperanzas de gran parte de la clase media y de toda una generación de jóvenes nacidos entre los años 80 y 90 del pasado siglo XX, los que han tenido que pagar las consecuencias de todo este lío han sido siempre los mismos.

Así, mi amigo se cuenta entre los que piensan que los que sufrieron en sus carnes con toda su crudeza los efectos de ese terremoto económico y social lo hicieron por partida doble, porque no solo tuvieron que pasar por todo aquello de manera injusta, pues no fueron responsables de lo que ocurrió, sino que luego fueron también maltratados más que nadie a la hora de diseñar y poner en práctica el remedio a la crisis, porque fueron también ellos a quienes les tocó sacrificarse para resolver la papeleta.

Por todo esto mi amigo es de los que ahora se preguntan de buena fe qué hay que hacer para  vivir de nuevo en este país como antes de la crisis, y cómo podemos volver a aquellos tiempos en los que la clase media podía sobrellevar las estrecheces y las diferencias sociales porque confiaba en que el futuro siempre traería cada vez más bienestar y menos desigualdad, y en que llegaría el día en el que sus hijos vivirían mejor que ellos, como ellos habían vivido mejor que sus padres.

Y es que mi amigo es uno de esos a los que los demagogos de promesa fácil llevan años convenciendo de que lo que pasó aquí fue exclusivamente culpa de políticos corruptos que robaron a manos llenas el bienestar de todos, pero que con otros líderes España sería otra vez el nuevo país bíblico de la leche y la miel, un paraíso contemporáneo con la renta de Alemania, el sistema de pensiones de Francia y la educación de Finlandia, y encima con sol, playa, y terracitas para tomar el aperitivo y unas tapas con los amigos.

Lo que pasa es que a mi amigo y a los que piensan como él los profetas parlanchines se olvidaron de explicarles que ni los alemanes, ni los franceses ni los finlandeses han conseguido esas cosas a cambio de nada. ¿O acaso les dijeron que los alemanes tienen una productividad de las más altas de Europa, que en Francia la contrapartida de su generoso sistema de Pensiones es un déficit crónico y una sanidad pública externalizada con médicos privados y con un copago generalizado, o que en Finlandia la presión fiscal es mucho más alta que en España y recae sobre todo en el IVA y el impuesto sobre la renta porque son precisamente los gravámenes que pagan las clases medias?

Ciertamente la crisis económica de los últimos años ha golpeado a amplias capas de la sociedad y ha generado mucho sufrimiento, pero no es menos cierto que también ha hecho aflorar en este país a un tipo de ciudadano que adolece de una desconcertante confusión de valores:
  • Culpa a los demás de todas sus desgracias, cuando en realidad vive en la sociedad más protegida y subvencionada de toda nuestra historia.
  • Se ve a sí mismo como un cosmopolita que ha superado el concepto de Patria, pero en el fondo es un localista apegado al terruño.
  • Cree tener desarrollada la flexibilidad y el sentido de la apertura a las nuevas ideas, pero al final añora una sociedad asistencial e intervencionista que murió hace ya décadas con el fin de la guerra fría y que nunca volverá.

Y lo peor de todo esto es que mientras no seamos capaces de afrontar las verdaderas causas de la crisis económica, pero sobre todo social y de valores, en la que estamos tampoco podremos empezar a salir verdaderamente de ella después de ¿más de diez años ya?


Pobre España...



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