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viernes, 21 de febrero de 2020

Pan, circo, y televisión en los hospitales


Hace unos días vi en una cadena de televisión de este país una noticia que hablaba de que asociaciones de pacientes de la sanidad pública en una determina comunidad autónoma se están quejando amargamente del coste que conlleva poder ver la televisión en los centros hospitalarios debido al hecho de que el servicio está externalizado con contratas privadas, que, en opinión de esos usuarios, aplica por el mismo unos precios abusivos. Ante esta situación, parece ser que las asociaciones de la sanidad pública están exigiendo a la administración autonómica competente que incluya el derecho a ver la televisión de manera gratuita en los hospitales de la red pública dentro del catálogo de servicios obligatorios a prestar a los ciudadanos, y esto con el argumento de que no tendríamos que pagar por ello puesto que ya nos cobran mucho dinero en impuestos.

Al parecer la polémica viene de lejos, y de hecho en internet se pueden encontrar facilmente noticias sobre las reivindicaciones ciudadanas del derecho a ver gratis la televisión en los hospitales (presionar para ver link). 

Tras la exposición de la problemática en pantalla por parte de un par de ciudadanos que, al parecer, han sido víctimas de esos precios abusivos por ver la televisión, ellos mismos o sus familiares enfermos, en centros hospitalarios de la red pública, la información se completó con una entrevista al representante de una asociación de consumidores, quien, a preguntas de la periodista, denunció que el origen del problema era en realidad la falta de competencia, en tanto a los usuarios televisivo-hospitalarios se les estaba negando la posibilidad de elegir entre distintos proveedores del servicio televisivo y, por el contrario, en cada hospital se les imponía un único proveedor, lo cual constituía un monopolio intolerable.

En total la noticia y su desarrollo pormenorizado debieron de consumir cerca de cinco minutos en prime time del telediario de mediodía de la cadena de televisión.

Cuando la noticia finalizó y por fin en el telediario pasaron a hablar de otro tema igualmente sesudo (un partido de fútbol, si mal no recuerdo), me puse a reflexionar en lo que acababa de ver y mi conclusión fue, y ustedes me disculparán por el exabrupto, que en este país nos hemos vuelto todos un poco imbéciles, o gilipuertas, o ambas cosas a la vez.

¿O es que en un país en el que el sistema nacional de salud adolece de saturación y listas de espera, en el que las áreas rurales sufren de una escasez crónica de infraestructuras sanitarias, o en el que algo tan básico como la atención odontológica está incluido sólo de manera testimonial en el catálogo de servicios, ahora va y resulta que el problema principal, el problema con mayúsculas, el problema esencial de la sanidad pública es si hay que pagar o no por ver la televisión en los hospitales?

Si la noticia no hubiera sido de una superficialidad insultante, y si su tratamiento informativo no pudiera calificarse como mínimo de frívolo y demagógico, el asunto todavía sería una trágica constatación de hasta qué nivel de estupidez hemos llegado en este país de pan y circo, en el que el común de los ciudadanos asiste diariamente idiotizado y con actitud ovejuna al espectáculo de una nación en descomposición a manos de políticos mezquinos e impresentables, que venden a la Patria a sus declarados enemigos a cambio del plato de lentejas de una investidura tipo Frankenstein, o le vacilan de manera impresentable a la Unión Europea y a nuestros aliados occidentales haciéndole el “rendez vous” con nocturnidad y alevosía a la vicepresidenta de un dictador caribeño en el aeropuerto de Barajas para que el alma izquierdista radical del ejecutivo pueda congraciarse con su mentor venezolano, o se pasan el día tratando de meterle miedo al personal agitando el espantajo de que viene el coco de la ultraderecha para así tapar cualquiera de sus tropelías y de sus ineptitudes.

Pero eso sí, que la televisión no nos falte ni siquiera en los hospitales. Y si nos ponen sesión gratis doble de fútbol y programas de cotilleo mejor, que es muy bueno tanto para el sistema digestivo como para el intestinal, por aquello de tragar con todo y de aceptar después pasivamente que nos pongan mirando a Cuenca…




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