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lunes, 13 de junio de 2022

Perdido



Su vida le gustaba tan poco que un día, casi sin darse cuenta, empezó a inventarse otra.

Al principio las mentiras eran pequeñas y sobre cosas sin importancia que le hacían avergonzarse un poco menos y le ayudaban a evitar humillaciones y reprimendas: el examen que solo aprobó porque en realidad copió, el castigo de sus padres que eludió mintiendo, el dinero del billete de metro que se ahorró colándose para luego poder comprarse un tebeo en el kiosco... Luego creció y llegaron los logros que no eran tales, los gestos generosos que no había protagonizado, las ideas brillantes que no se le ocurrieron, los amigos a los que no importaba, las felicitaciones que no se produjeron, o las supuestas novias a las que nunca conquistó.

Durante años le contó a los demás esas historias con las que se construía una existencia ideal, luego empezó a deslizarse hacia algo más oscuro donde no importaba quien era realmente, sino lo que estaba dispuesto a traicionarse con tal de que los demás le aceptaran, porque el objetivo era ganarse migajas de cariño. Después fue más allá y pasó a inventarse mentiras también para sí mismo, porque vivir con mentiras era más fácil que sobrellevar el juicio de la propia mediocridad, y la alternativa de escapar de la realidad aunque fuera por un rato resultaba tan dulce, tan tentadora...

Pasó el tiempo, el plan parecía haber tenido éxito, y por fin los que le rodeaban le apreciaban, no por lo que realmente era, pero sí al menos por el personaje que se había construido. Sin embargo, en su interior aquello no funcionaba, se sentía un impostor, y cada vez resultaba más difícil seguir manteniendo aquella falsedad. Y fue entonces, precisamente entonces, cuando cometió su error. Porque estúpidamente imaginó que igual estaba equivocado y que acaso los que le rodeaban podrían después de todo aceptarle cómo era, como siempre había sido, y empezó a fantasear con la posibilidad de una vida sin mentiras... Y llegó ese día, ese maldito día, en el que se armó de valor y se atrevió a mostrarse como realmente era, como nunca en su vida lo había hecho antes.

Pero resultó que las hadas solo existen en los cuentos, que la chica guapa solo se va con el tonto en las películas, y que, como en realidad siempre se había temido, a nadie le gustaba alguien como él. Se quedó solo, y esta vez ya no hubo forma de recuperar nada porque todos se habían ido, y para sobrellevar aquella negrura no le quedó más remedio que zambullirse una última vez y para siempre en el océano de sus mentiras. Entonces las sombras se adueñaron de su mente y devoraron sus recuerdos, y ya no fue capaz de distinguir entre lo real y lo inventado: se perdió para siempre en el laberinto y no pudo encontrar la salida y el camino de vuelta a casa...




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