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jueves, 29 de enero de 2015

Islam en Europa: ni absorción ni apartheid

De un tiempo a esta parte Europa anda sumida en un proceso de revisión de su identidad, en una suerte de discusión para tratar de establecer cuáles son sus raíces y en qué consisten los elementos diferenciadores como sociedad que hicieron de ella un caso de éxito y un referente a nivel global.

Habrá quien diga, y no le faltará razón, que este debate es consecuencia de la melancolía, y de la propia decadencia política y económica del continente europeo en los últimos tiempos. Pues las sociedades, como las personas, miran al futuro en los momentos de crecimiento y de éxito, mientras que cuando sus ojos se vuelven al pasado y a la añoranza de tiempos mejores es porque su brillo y su pujanza ya han comenzado a decaer.

Sin embargo, la cuestión no es por qué Europa se pregunta ahora sobre su naturaleza, sino cuál es esta, y, sobre todo, a dónde nos puede conducir en los próximos años esta suerte de introspección social y cultural en la que estamos metidos.

Hasta hace cincuenta años, Europa era una sociedad razonablemente homogénea, poblada casi exclusivamente por caucásicos con raíces culturales judeocristianas. Sin embargo, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX las cosas empezaron a cambiar, y el Continente Europeo se fue convirtiendo paulatinamente en el destino de millones de emigrantes de todo el mundo, un crisol en el que conviven razas, etnias, lenguas y culturas diversas. Y de entre toda esta población que ha ido llegando, hay un grupo que destaca por su tamaño, por su cohesión interna, y, sobre todo, por contar con una tradición cultural propia, tan poderosa y compleja como diferenciada de la judeocristiana, y ese es el formado por la población musulmana asentada en Europa.

Aunque no es fácil disponer de información homogénea, y mucho menos actualizada, a nivel continental, según fuentes solventes (datos del Departamento de Estado de los Estados, en su estudio titulado International Religious Freedom Report 2004), hace ya más de diez años que la población musulmana de Europa alcanzó los 44 millones de personas, y solo en la Unión Europea superó los 14 millones, más de un 3% de la población total.

¿Y cómo es la relación entre estos nuevos europeos y las comunidades de acogida? ¿Sobre qué parámetros se ha construido? ¿De qué herramientas disponemos para acoger e integrar a toda esta población que muchas veces no es caucásica, y que tampoco tienes raíces culturales judeocristianas, pero que vive y trabaja aquí, y que ha venido a Europa para quedarse?

Las respuestas a estas preguntas han sido las más de las veces distintas en cada país europeo, pero tradicionalmente se han venido articulando alrededor de dos modelos de convivencia con las minorías claramente diferenciados, dotado cada uno de ellos con sus propios elementos, objetivos y valores. Nos estamos refiriendo a los que podríamos denominar "Modelo Francés" y "Modelo Anglosajón".

El "Modelo Francés" se ha caracterizado por propugnar la aculturación y la integración plenas del emigrante, al que aspira a absorber de forma completa e irreversible en la comunidad nacional de acogida, a fin de transformarlo en ciudadano en plano de igualdad con los demás miembros de la colectividad; y en lo tocante a la atribución de derechos de ciudadanía, el modelo francés se ha venido sustentando en el ius soli como principio de adquisición de la nacionalidad, según el cual todos los nacidos en el país pasan a ser automáticamente nacionales, y gozan sin excepciones de ciudadanía plena.

Por contra, el que podríamos llamar "Modelo Anglosajón" se ha basado en el principio de la coexistencia de los diferentes en el seno de la sociedad, respetando tradiciones culturales, lingüísticas y religiosas diversas, a veces incluso contrapuestas, siempre y cuando fueran capaces de compartir el mecanismo de igualdad ante la Ley y el sometimiento a un derecho público común, que no obstante respetaría las particularidades de cada cual; y en lo relativo a ciudadanía ha aplicado el criterio del ius sanguini, que atribuye la nacionalidad por filiación, por lo que los emigrantes no pasan a ser nacionales del país de acogida, sino que conservan la nacionalidad de sus ascendientes.

Sería lícito argumentar a favor de uno y otro sistema, con sus pros y sus contras, pero lo cierto es que durante décadas ambos parecieron funcionar bien, y los países en los que operaron de manera plena, Francia y el Reino Unido respectivamente, fueron capaces de resolver cada uno a su manera la cuestión de la coexistencia entre la población autóctona y la nueva población musulmana emigrante.

Sin embargo, según el porcentaje de musulmanes iba creciendo, la aplicación práctica de ambos modelos se ha ido revelando más problemática de lo que nos pensábamos.

De un lado, en los países que siempre han defendido la integración plena de los emigrantes, también de los musulmanes, cada vez son más frecuentes dos fenómenos contrapuestos y a la vez complementarios: descendientes de emigrantes nacidos ya en Europa, por tanto con nacionalidad europea, que se sienten discriminados por su condición de musulmanes y que rechazan el modo de vida y los valores denominados "occidentales", incluso de manera extremadamente violenta; y en paralelo, ciudadanos caucásicos de cultura judeocristiana, con antecedentes europeos desde hace generaciones, que rechazan a la población musulmana, consideran que nunca se integrarán, y piensan que sus creencias atentan contra la esencia de los valores europeos y, por tanto, deben ser perseguidas, o incluso extirpadas.

Por otro lado, en los países que propugnaban la coexistencia de los diferentes desde el respeto de las tradiciones particulares también han surgido tendencias problemáticas: según las comunidades musulmanas crecían, algunos de sus miembros han optado por aislarse completamente de las sociedades de acogida y han creado una suerte de "entidades paralelas" con su propio idioma, costumbres y sistemas de relaciones sociales, una especie de guettos modernos, pero ahora no impuestos, sino voluntarios, radicalizados, y cada vez más expansivos; y al mismo tiempo los ciudadanos de raíces tradicionalmente europeas se sienten amenazados por una especie de invasión silenciosa que estaría mutando la naturaleza de sus barrios, sus ciudades y sus países, y les estaría convirtiendo en extranjeros en su propia tierra.

Si a alguien le parece que lo descrito es una exageración, y que estas ideas son tan pesimistas como testimoniales, quizá debería repasar lo que defienden movimientos como el Frente Nacional en Francia, el UKIP en el Reino Unido, o AfD y Pegida en Alemania, y reparar en el número cada vez mayor de ciudadanos europeos que comparte los planteamientos de estos grupos.

Y si embargo la solución para el Islam en Europa, si es que todavía estamos a tiempo de aplicarla, no pasa, en mi opinión, ni por la absorción ni por el apartheid.

Debemos encontrar un equilibrio razonable en el que todos los ciudadanos que convivimos en Europa, todos sin excepción, compartamos los valores y los principios que realmente son la esencia de nuestra sociedad (la Libertad, la Democracia, la Igualdad ante la Ley, la No Discriminación...); pero, a la vez, asumamos que la cultura y las creencias de cada cual deben ser respetadas y protegidas sin vacilaciones.

Además, tenemos que aprender a tener presente que las sociedades cambian y evolucionan como lo hacen las poblaciones que las conforman, y que lo que ayer era mayoritario y tradicional quizá mañana deje de serlo, y eso no tiene por qué ser malo, pero desde luego suele ser inevitable. ¿O acaso alguien en su sano juicio defendería hoy usar el latín como lengua de comunicación, viajar en carruajes tirados por caballos, o pagar nuestras compras en pesetas, liras o marcos, simplemente porque eso era respectivamente lo mayoritario o lo tradicional en los tiempos del Imperio Romano, en el siglo XVII, o hace 50 años?

Las sociedades prósperas y sanas, aquellas en las que los ciudadanos pueden avanzar, progresar y buscar la felicidad, son aquellas en las que se conserva la esencia de lo realmente importante, pero a la vez se evoluciona con los tiempos. Y también son esas las sociedades en las que a las minorías ni se las impone la absorción ni se las condena al apartheid; simplemente se las respeta, se las protege, y se las deja vivir en paz.

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Postdata: Mientras escribo estas líneas el periódico publica que recientemente la policía interrogó en Niza (Francia) a un niño musulmán de 8 años por supuesta “apología de terrorismo” en el colegio tras una denuncia de sus profesores.

¿Ocurrieron las cosas realmente como las explica el periódico?

Si fue así me temo que la policía de Niza, los franceses, los europeos en general, estamos perdiendo el rumbo a la hora de tratar con nuestros conciudadanos musulmanes. Porque estamos olvidando que eso y no otra cosa, nuestros conciudadanos, es lo que son los musulmanes que viven y trabajan con nosotros en Europa.

2 comentarios:

  1. "Las sociedades prósperas y sanas, aquellas en las que los ciudadanos pueden avanzar, progresar y buscar la felicidad, son aquellas en las que se conserva la esencia de lo realmente importante, pero a la vez se evoluciona con los tiempos. Y también son esas las sociedades en las que a las minorías ni se las impone la absorción ni se las condena al apartheid; simplemente se las respeta, se las protege, y se las deja vivir en paz".

    Suena bonito . . . sería bonito . . . pero no es así.

    Las sociedades prosperas siempre han sido las que han conseguido dominar, casi siempre incluso aniquilar, a otras sociedades vecinas.

    Lo que sí es cierto es que las sociedades prosperas no lo son para siempre. Normalmente, con el paso del tiempo, surge otra sociedad más prospera que se impone y la machaca.

    Esto ha venido pasando así desde siempre. Y cuando digo siempre me refiero, por ejemplo, a cromañones y neandertales, por decir algo, e incluso mucho antes. Y no sólo sucede en nuestra especie, es así en todas las especies.

    Tampoco quiero ponerme yo en plan catastrofista. Hemos evolucionado. Ahora como nunca existen otros valores que permiten que . . . de alguna manera, en algunos sitios, algunas veces . . . a las minorías "se las respeta, se las protege y se las deja vivir en paz". Pero eso es la excepción y, en efecto, probablemente sea en nuestra Europa donde esos nuevos valores, . . . de alguna manera, en algunos sitios, algunas veces, . . . se respetan.

    A mí eso, que se respete a las minorías, me gusta, pero tengo un amigo que dice que eso mismo es lo que llevó al fracaso al Imperio Romano.

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    1. ¡Muchas gracias por tu comentario MMG!

      Quizá la cuestión está en distinguir entre "sociedades poderosas", que, es cierto, lo suelen ser gracias al uso de la fuerza y a la imposición sobre los más débiles, y "sociedades prósperas y sanas", que generalmente se construyen en base a valores, y que son aquellas en las que, al final, merece la pena vivir.

      Un abrazo,

      Carlos

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