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martes, 13 de enero de 2015

Religión y Libertad de Prensa




Entre los días 7 y 9 de enero de 2015, el terrorismo yihadista ha atacado París por espacio de 48 horas de manera brutal, colocando a Francia ante a uno de sus mayores desafíos desde el advenimiento de la V República.

Primero dos terroristas islamistas asaltaron la sede de la publicación satírica Charlie Hebdo y asesinaron a doce personas. Al día siguiente un cómplice de los atacantes mató a tiros a una policía municipal en plena calle. Por último, 24 horas después, este mismo individuo entró por la fuerza en un supermercado kosher, secuestró a los empleados y clientes del establecimiento, y acabó a tiros con la vida de cuatro personas.

Ante estos hechos, el rechazo, la condena y la repulsa de la sociedad y los medios de comunicación han sido unánimes, con manifestaciones públicas de duelo tanto en Francia como en el resto del mundo.

Pero además, la sociedad civil y los medios de comunicación han entendido que era necesario responder a esta barbarie desde la defensas de nuestros valores. Y dado que el consenso de los analistas y formadores de opinión ha interpretado que el ataque terrorista a Charlie Hebdo era un atentado contra la libertad de expresión -en tanto los propios terroristas que asaltaron la sede de la revista satírica francesa utilizaron como coartada de su crimen el hecho de que la publicación había ofendido al Mundo Musulmán por haber publicado en repetidas ocasiones caricaturas del Profeta Mahoma, lo que en el Islam suní se considera una blasfemia-, la reacción generalizada ha consistido en reivindicar a las víctimas de estos actos terroristas reproduciendo precisamente en prensa y en internet las mismas caricaturas de Mahoma que en diversas ocasiones publicó Charlie Hebdo.

Probablemente mucha gente considerará que esta forma de proceder ha sido la adecuada, que ha sido correcta y valiente, y que constituye una acertada reivindicación de los valores de libertad y tolerancia.

Sin embargo, yo tengo mis dudas. Es más, creo sinceramente que los ataques terroristas de los días 7 y 9 de enero en París han dado pie en realidad a que la opinión publica y los medios de comunicación, sobre todo en Europa, hayan mezclado de manera espuria conceptos diversos y en ocasiones contrapuestos de manera cuando menos irreflexiva.

Está claro que asesinar a decenas de personas es un acto horrible y no tiene justificación alguna, ni política ni religiosa, en una sociedad abierta, tolerante y democrática como la francesa. También lo es que los Estados democráticos deben perseguir y erradicar sin contemplaciones, con todos los medios a su alcance, a los que practican, defienden o apoyan el terrorismo.

Es así mismo indiscutible que las coartadas que pueda esgrimir un terrorista para asesinar son solo eso, coartadas, y no deben ser tenidas en consideración bajo ningún concepto.

Pero una vez dicho esto de manera clara y sin ambages, lo que en mi opinión no es acertado es pensar que por el hecho de que alguien haya sido asesinado por unos terroristas, automáticamente las ideas y actitudes que sustentó en vida deban ser consideradas admirables y, por tanto, la sociedad tenga la obligación moral de aplaudirlas.

Y en este sentido, si bien soy consciente de que habrá quien quiera ver en mis palabras condescendencia para con los terroristas que atacaron Charlie Hebdo el pasado 7 de enero, lo cual en ningún caso es cierto, tengo que decir que, desde mi punto de vista, en estos días la indignación que todos sentimos por estos crímenes nos está haciendo confundir el tipo de periodismo gráfico que Charlie Hebdo practica con la libertad de expresión, y la crítica legítima a la religión (al sentimiento religioso en general, a ciertas confesiones religiosas en particular, y especialmente a los excesos de todo tipo que algunos cometen en nombre de sus creencias religiosas...) con la ofensa frívola y gratuita a los más profundos sentimientos de millones de personas en todo el mundo.

Porque no se puede considerar un ejercicio de la libertad de expresión el mofarse del sentimiento religioso de las personas, y me da igual de qué religión sean. En mi doble condición de católico y, a la vez, ciudadano libre de un país democrático, me duele que alguien se crea con derecho a ofender y ridiculizar los sentimientos de otro, y me entristece que se confunda la necesaria neutralidad del Estado ante el hecho religioso con pretender condenar a los que creen en un Dios, sean de la religión que sean, a esconderse en una especie de enclaustramiento social donde no puedan expresar públicamente lo que piensan y lo que sienten.

El ciudadano que además de ciudadano es una persona religiosa tiene todo el derecho del mundo a expresarlo públicamente y a ser respetado.

Pienso, en fin, que le hacen un flaco favor a la Democracia y a la Libertad de expresión los que meten en el mismo saco el atentado terrorista del 07/ene/15 en París y la trayectoria de una publicación que durante años se ha dedicado a ofender y a humillar a los creyentes de las más diversas confesiones religiosas.

Igualmente, rechazo que por los actos bárbaros de 4 asesinos terroristas se pretenda estigmatizar a 5 millones de musulmanes que viven en Francia o a los 1.700 millones de musulmanes que hay en todo el mundo.

Como católico, pero también como ciudadano, siempre me sentiré más cerca de quien cree en un Dios trascendente, sea el que sea, defiende unos valores, y trata de gobernarse según su conciencia, que de aquel que no cree en nada pero se cree con derecho a despreciar a los que sí creen.

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