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jueves, 31 de diciembre de 2015

Un país perdido en el laberinto


Soy ciudadano de un país del primer mundo, europeo, desarrollado, que pertenece al selecto club de las diez naciones más ricas de la tierra.

Mi país es una democracia avanzada, miembro de la ONU, de la OTAN y de la Unión Europea.

Mi país ha sido capaz de alcanzar un nivel de desarrollo económico que le permite garantizar sanidad universal para todos sus ciudadanos; ha construido un sistema público de pensiones que asegura un mínimo de ingresos a todo aquel que alcance la edad de jubilación; y cuenta con un sistema educativo que ha permitido a más del 40% de su población llegar a tener estudios universitarios.

Mi país cuenta, en proporción a su superficie, con la mayor red de ferrocarril de alta velocidad del mundo; su sistema de donación de órganos y trasplantes es el referente absoluto a nivel internacional; la longevidad media de su población es de las más altas del planeta; y es reconocido mundialmente por la benignidad de su clima, su calidad de vida, y su patrimonio cultural e histórico.

Mi país es una de las naciones más viejas de Europa; ha dado al mundo genios de la literatura, la pintura, y la música; es reconocido por su gastronomía y sus paisajes; y ha regalado su lengua, su cultura y su visión del mundo y de la vida a 500 millones de personas de los cinco continentes que hoy en día sienten, piensan, sueñan y rezan en lengua española.

Pero a pesar de todo esto, mi país está enfermo.

Mi país es es un enfermo crónico de inseguridad, de soberbia y de envidia autodestructiva y cainita; en su historia las guerras civiles acumuladas son bastantes más que los muchos conflictos exteriores en los que también ha participado; trata a sus hijos como una madrastra ingrata que minusvalora sus logros pero magnifica sus defectos; y a lo largo del tiempo ha padecido una y otra vez la locura destructiva del fanatismo y la intolerancia contra todo aquel cuya raza, religión o ideario fuera distinto del mayoritario.

Por eso resulta más doloroso que sorprendente que hoy en día mi país, como ya ha ocurrido varias veces en el pasado, esté otra vez inmerso en una crisis de identidad que le paraliza y le desgarra, y que aquellos que deberían liderarlo estén más preocupados por sus egoísmos particulares que por asegurar el bien común.

Como en otras ocasiones a lo largo de su historia, como en 1640, en 1898, o en 1936, mi país parece estar al borde del precipicio, expuesto a los que quieren destruirlo.

Y, sin embargo, cuando se han dado situaciones como estas a lo largo de su historia, mi país siempre ha sido capaz de encontrar al final un camino para seguir adelante.

¿Ocurrirá lo mismo esta vez?

Veremos qué nos trae el futuro, y si otra vez, una más, se repite el milagro y conseguimos salir del laberinto en el que nos hemos perdido...

Por cierto, para los que todavía no lo han descubierto, mi país, este país genial y caótico, atractivo y desquiciante, soberbio y loco, se llama España, y a mí personalmente me parece maravilloso...

2 comentarios:

  1. Perfecta descripción de lo que somos. Y digo somos, porque España es así porque así somos los españoles. Yo personalmente, tengo confianza, en que, como dice la canción de Victor Manuel, lograremos encontrar...

    "cielos más estrellados
    donde entendernos sin destrozarnos
    donde sentarnos y conversar"

    David Caridad

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