Como es sabido, de un tiempo a
esta parte España se enfrenta a un problema que posiblemente constituye el
mayor desafío a su condición de nación de los últimos cien años (el próximo año
se conmemorará el 120 aniversario de aquel otro momento dramático que fue el
denominado “Desastre del 98”), que además pone en cuestión la supervivencia del
país tal cual lo conocemos hoy en día. Y ese problema no es otro que el estado
de efervescencia en que se encuentran los nacionalismos periféricos y, sobre
todo, el catalán.
Porque desde la recuperación de la
Democracia y la promulgación de la Constitución de 1978, y de manera acelerada
en la última década, el nacionalismo catalán hijo de aquel viejo catalanismo
burgués, posibilista y templado del siglo XIX que tan buena prensa solía tener
(toda aquella historia del “seny” y demás…), se ha transformado en un virulento
secesionismo de rasgos cuasi etnicistas, de puro emotivo e irracional, que anda
obsesionado con la construcción de una República Catalana reservada a lo que
ellos consideran “los verdaderos catalanes” (esto es, los independentistas que
odian a España), y en la que el resto de la población se vería abocada a la
consideración de “ciudadanos de segunda categoría”, en línea con lo que ocurrió
en la Alemania Nazi con los que no comulgaban con Hitler, en la Sudáfrica del
Apartheid con los que no eran blancos, o en la antigua Yugoslavia con los que
se resistían a la ruptura de su país. Y en este contexto, la última jugada del
secesionismo catalán es su amenaza de llevar a cabo el próximo 1 de octubre de
2017 un referéndum unilateral de independencia.
Para unos este referéndum será la
respuesta a siglos de opresión españolista; para otros será un instrumento con
el que forzar al gobierno de España a una negociación que eleve las cuotas de
autogobierno y la financiación para Cataluña y compensar así los agravios
fiscales que sufren sus habitantes; habrá, en fin, quien piense que lo que está
pasando es el resultado de años de obcecación cerril por parte de los diversos
gobiernos de Madrid, que han acabado por colmar la paciencia de los catalanes.
Pero en realidad el referéndum
unilateral de independencia que el secesionismo catalán quiere llevar a cabo el
1 de octubre de 2017 es otra cosa, porque de lo que estamos hablando es del
hecho insólito de que un gobierno autonómico elegido al amparo de una
Constitución, la española de 1978, pretenda dar un golpe de estado en toda
regla contra esa misma Constitución a la que debe su propia existencia para así
pervertir el Estado de Derecho, y acto
seguido poder instaurar una especie de versión amable y estilosa del Volksgeist decimonónico, algo así como un
Shangri-La del Mediterráneo Occidental con capital en Barcelona,
que nos pintan como una tierra mítica y aislada de la contaminación exterior,
en la que reinaría la felicidad permanente para los buenos catalanes, y los
perros se atarían con longaniza (perdón, con butifarra…).
Sin embargo, si profundizamos un
poco y vamos más allá de los titulares de prensa repararemos en que el
referéndum del 1 de octubre, si es que llega a celebrarse, será el final de un
viaje que se inició antes incluso de la promulgación de la Constitución de
1978, cuando allá por 1977, a la salida del franquismo, una coalición circunstancial,
un matrimonio de conveniencia más bien, entre por un lado un Partido Socialista
Obrero Español acomplejado y con mala conciencia tras décadas de pasividad
contra el régimen autoritario, y por otro lado una Unión del Centro Democrático
concebida como la casa común de unos cuadros tardofranquistas con ambiciones
públicas, dispuestos a cualquier apaño con tal de blanquear su futuro político,
decidió que el mejor camino para tapar las vergüenzas de unos y otros era
construir un sistema democrático que hiciera tabla rasa con lo que era la
realidad de la sociedad española hasta ese momento, y que la forma más fácil de
lograrlo pasaba por regalarle a los nacionalismos vascos y catalanes un estado
de las autonomías en el que pudieran desarrollar sus aspiraciones, para de este
modo tratar de ganarlos para la causa del nuevo régimen que entonces nacía, y
conseguirle así el marchamo de democracia homologable internacionalmente.
Lo que pasa es que quienes
diseñaron los cimientos de la España de 1978, y en particular dos personajes
tan brillantes como faltos de escrúpulos como Adolfo Suarez y Felipe González,
con tal de atraer al nacionalismo periférico al campo constitucionalista (los
hechos han demostrado que sin ningún éxito…), llegaron al extremo de optar por
poner en marcha una estupenda maniobra de marketing político, que sin embargo
terminó en pesadilla cuando los nacionalistas les salieron respondones, se
dieron cuenta de que el flamante estado de las autonomías era en realidad un
frankenstein político que podía convertirse en el instrumento perfecto para su
delirio secesionista (pues esa y no otra fue siempre su verdadera
naturaleza...) y empezaron a llevar a la práctica su verdadera agenda política.
Entonces comenzó una sucesión de desvaríos cada vez más radicales, pero no por
ello menos consentidos por esa sociedad naif en que se ha convertido la España
de finales del siglo XX y principios del siglo XXI.
Un día se puso en marcha un
sistema educativo con el catalán como única lengua vehicular, y se llegó al
extremo de proscribir al español en las aulas de una región en la que vive el
15% de los habitantes de este país. Después se consintió el despliegue de una
policía autonómica al servicio del nacionalismo, y se permitió la expulsión de
los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado de Cataluña. Más adelante se dejó
que el nacionalismo monopolizara a los medios de comunicación públicos de
ámbito regional y los pusiera al servicio de la construcción nacional catalana,
incluyendo la falsificación de una identidad mítica que en realidad nunca
existió…
Todo esto ha ocurrido durante casi
cuarenta años ante la pasividad bovina, cuando no simplemente cómplice, del
resto del país, que se pasaba el día embobado alabando el seny catalán y lo
moderna que era Barcelona, y tildando de españolista casposo (cuando no pura y
simplemente de franquista…) a todo aquel que alertara de lo que estaba pasando.
Y ahora resulta que generaciones
de catalanes han sido educadas en el odio a lo español por parte el
nacionalismo catalán, y el resultado de todo esto es el experimento de
ingeniería social que desemboca en el golpe de estado que el secesionismo
pretende llevar a cabo el próximo 1 de octubre de 2017 mediante la celebración
del anunciado referéndum unilateral de independencia.
En consecuencia, lo que debería
realmente preocuparnos no solo es cómo evitar la celebración el próximo 1 de
octubre de 2017 del referéndum unilateral de independencia que propugna el
secesionismo catalán (y asumamos de una vez que eso no lo lograremos solo con
buenas palabras, manifiestos y resoluciones judiciales…), que por supuesto,
sino sobre todo qué hacer a partir del 2 de octubre para conseguir desmontar
toda la maquinaria secesionista y revertir el resultado de los últimos 40 años
de ingeniería social que se han desarrollado en Cataluña.
Porque si no es así, al referéndum
de independencia del 1 de octubre de 2017 le seguirá otro, y otro, y luego
otro, y así hasta que el secesionismo finalmente lo consiga, y España tal cual
la conocemos simplemente desaparezca.
Estoy esencialmente de acuerdo contigo Carlos.
ResponderEliminarSólo déjame añadir otros tres nombres más a la lista de personajes faltos de escrúpulos: José María Aznar, José Luís R. Zapatero y Mariano Rajoy.
Verás que he omitido el adjetivo brillante para estos tres nuevos integrantes de esta deplorable lista. ¡No ha sido un descuido!
Adicionalmente quiero hacer autocritica porque, en efecto, la izquierda progresista española ha sido una auténtica calamidad en cuanto a políticas de estado. Podemos escudarnos en el hecho de que la derecha también lo ha sido. ¡Pero no consuela!
Manolo
EliminarHola Manolo,
Muchas gracias por tu comentario.
Carlos
Pues aquí estoy yo para disentir… aunque solo sea un poquito y con mesura, que ya tenemos suficiente calor con el atmosférico..
ResponderEliminarEchar la culpa del actual “desaguisado” catalán a la dupla Suarez-González haya por 1977, sinceramente me parece una “excusa de mal perdedor”. Yo no creo que el diseño de las autonomías estuviera mal planteado, sino que, con el tiempo, se ha ido corrompiendo. Y en los treinta y tantos años posteriores, tiempo hemos tenido de cambiarlo y que yo recuerde todos, derechas e izquierdas, siempre han sido refractarios al cambio, por qué esa concepción de estado les otorgaba a todos dos cosas que los partidos políticos adoran: dinero y poder para sus propios cuadros.
Decir que se ha permitido la expulsión de los cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado de Cataluña es un poco fuerte… cuando no inexacto, por ser suave. Que yo sepa, a día de hoy, tanto la Guardia Civil como la Policía Nacional sigue haciendo las labores que la ley les encomienda. Ejemplos hay muchos, solo voy a señalarte dos: quien entró hace poco en el Parlament y en el Palau de la Generalitat en busca de la agenda de un consejero fue la Guardia Civil y quien detuvo a Sandro Rosell, antiguo presidente del FC Barcelona, por blanqueo de capitales fue la Policía Nacional. Otra cosa distinta es que los Mossos de Escuadra tenga transferidas competencias que antes eran en exclusiva de estos dos cuerpos. Pero de ahí a echarlos, va un mundo, Carlos.
La educación es otro cantar, pero tampoco estoy de acuerdo con que “se ha proscrito el español”. En cuanto a los medios de comunicación, los catalanes solo han hecho lo que otros les han enseñado en otras comunidades autónomas, usar un medio de comunicación en su propio beneficio político, como por ejemplo el PP en Valencia y Madrid y el PSOE en Andalucía. Y ahí, no he visto ha nadie rasgarse las vestiduras y clamar al cielo.
Sinceramente soy mas optimista que vosotros. Llamadme iluso si lo preferís, pero creo que esto del 1-O (uy, no me había fijado hasta ahora pero parece un resultado de futbol) esta condenado al fracaso más absoluto.
Saludos.
David Caridad García
Hola David,
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Las opiniones de los demás, sobre todo las que difieren de las propias, nos ayudan a reflexionar y a ver las cosas con más claridad.
En cuanto a tu punto de vista, nada me gustaría más que verme obligado a reconocer en un futuro próximo que yo estaba equivocado y que pecaba de pesimista.
Sin embargo, mientras no llegue el día en el que sea posible algo tan básico como escolarizar en Barcelona a un niño en español, o en el que si la selección española juega un partido en Cataluña la noticia sea el resultado y no la pitada al himno y a la bandera de España, me temo que mi pesimismo estará más justificado que tu optimismo.
Un abrazo.
Carios