Breaking

domingo, 8 de julio de 2018

La historia se debe asumir, no falsear...


Valle de los Caídos, Tumba de Lenin, Mausoleo de Mao y Voortrekkermonument

   Intentando aportar un poco de perspectiva al debate sobre qué se debería hacer con El Valle de los Caídos y la tumba de Francisco Franco, pienso que merece la pena resaltar el hecho de que Franco fue un Jefe del Estado que cesó en el cargo por muerte natural, y que lo que vino después de su muerte en España fue formalmente una evolución jurídica de un régimen autoritario a uno democrático, pero en ningún caso una ruptura.

Por ello, más allá de la simpatía o antipatía que despierte el personaje (nada que objetar sobre la opinión que cada cual pueda tener, faltaría más…), considero que es incorrecto, cuando no tramposo, establecer comparaciones entre El Valle de los Caídos y la tumba de Franco y lo ocurrido en Italia y Alemania tras la desaparición de Benito Mussolini y Adolf Hitler respectivamente.

Y es que el caso de Franco, más allá de las afinidades ideológicas, tiene tan poco que ver con los de Hitler o Mussolini como los de Lenin o Mao con, por ejemplo, el de Nicolae Ceaucescu.

Vladimir Ilich Lenin llegó al poder como resultado de una revolución violenta contra un gobierno democrático (el de Kerenski), una vez en el poder estableció una dictadura (del proletariado, pero dictadura...) y reprimió a la oposición, y asesinó a multitud de gente por motivos políticos... vamos, igual que Franco en España durante sus 40 años de dictadura. Pero al igual que Franco, Lenin no fue víctima de ninguna revolución, sino que se murió en la cama, y su régimen no cayó de forma abrupta, sino que evolucionó a lo largo del tiempo, como el régimen de Franco. Así, al final la Unión Soviética que fundó Lenin se terminó disolviendo mediante la separación de las repúblicas que la conformaban a través de mecanismos de secesión previstos en su propia Constitución, mientras que el régimen de Franco se extinguió cuando las propias Cortes franquistas reformaron las Leyes Fundamentales del Reino (el conglomerado legislativo que hacía las veces de Constitución en la España de aquella época) y dieron paso a la Transición política y el advenimiento de la Democracia.

Por el contrario, Nicolae Ceaucescu murió de forma violenta tras una revolución, y su régimen colapsó y desapareció de manera abrupta, como también ocurrió con los de Hitler y Mussolini. Por ello, lo que vino después en Rumanía tras la caída de Ceaucescu no tenía desde el punto de vista jurídico e institucional ningún tipo de conexión con el régimen anterior, como igualmente ocurrió en Alemania y en Italia en 1945 tras la caída del Nacionalsocialismo y del Fascismo.

Hoy en día hay gente (muchos de ellos, por cierto, que saben del tema de oídas, porque no habían nacido entonces…) a la que le habría encantado que Francisco Franco hubiera tenido una muerte violenta, y que habría preferido que el régimen franquista se hubiera derrumbado tras una revolución popular, cuanto más justiciera mejor. Lo que pasa es que, en realidad, para bien o para mal, las cosas no fueron así, porque en la España de los años 70 del siglo pasado no hubo ni revolución ni revolucionarios. Y es que lo que en realidad hubo en España fue una nación que asistió pasivamente a la progresiva decrepitud física y política de un dictador y de su régimen, y que una vez fallecido éste aceptó bastante pacíficamente la evolución del mismo dentro de los cauces de la propia arquitectura jurídica del franquismo, y bajo la dirección política y jurídica de las élites dominantes del régimen que acababa, y a eso es a lo que llamamos “La Transición”.

Y como aquí no se asaltó ninguna Bastilla ni ningún Palacio de Invierno, y además “La Transición” fue avalada por la inmensa mayoría de los españoles en dos referenda (uno en 1976, por el que se aprobó la Ley para la Reforma Política que desmontó definitivamente el edificio franquista, y después otro en 1978, que aprobó la vigente Constitución Española), lo que toca es dejarnos de ejercicios de historia-ficción y de intentos estériles de reescribir el pasado. Por el contrario, deberíamos felicitarnos porque nuestros padres y nuestros abuelos (que, no nos olvidemos, eran los que habrían tenido moralmente derecho y optar por otro camino…) prefirieron elegir el consenso y el perdón mutuo en vez de inclinarse por la ruptura, la venganza y la violencia, y deberíamos dedicarnos no a reabrir los problemas del pasado, sino más bien a solucionar los del presente: los desequilibrios sociales, la falta de oportunidades de amplias capas de la sociedad, el secesionismo en Cataluña y el País Vasco, la crisis del sistema público de pensiones, el deficiente sistema educativo, los problemas de vivienda, etc., etc., etc.

Si somos inteligentes y sensatos y optamos por el futuro probablemente le dejaremos a los que vengan después de nosotros un país mejor, y eso incluirá convivir pacíficamente con la historia, como hacen en la mayoría de los países del mundo.

Por eso Lenin sigue enterrado en la Plaza Roja, por eso la gente puede visitar la tumba de Mao Zedong en la plaza de Tiananmén, por eso Ataturk tiene su mausoleo a las afueras de Ankara y Chiang Kai-shek el suyo en Taiwán, y por eso el Voortrekkermonument continúa honrando la gesta del pueblo bóer a las afueras de Pretoria.

Desterremos de una vez a las hemerotecas las discusiones sobre El Valle de los Caídos. Porque ya han pasado 80 años desde que se acabó la Guerra Civil, y Franco ya lleva la friolera de 40 años muerto, los mismos que hace que vivimos en una sociedad libre y democrática.