En los años previos a la Guerra de Secesión
americana, el Partido Demócrata, que tanto alardea hoy en día de defender
valores progreso e igualdad, liderado en aquel tiempo por James Buchanan (quien
además ocupó la presidencia de los Estados Unidos entre 1857 y 1861), con tal
de mantener su base electoral a toda costa llevó a cabo una indecente política
de contemporización con los
planteamientos esclavistas más reaccionarios, llegando al extremo de no solo
aceptar la pervivencia de la esclavitud como institución en los Estados Unidos,
sino incluso de apoyar la extensión de la legislación esclavista a los nuevos
estados del Oeste que iban incorporándose a la Unión.
Sin embargo, nada de eso salvó finalmente al país de la fractura de la secesión del Sur y la posterior Guerra Civil que lo desangró durante cuatro años, ni por supuesto evitó que los demócratas se vieran alejados del poder durante décadas.
Sin embargo, nada de eso salvó finalmente al país de la fractura de la secesión del Sur y la posterior Guerra Civil que lo desangró durante cuatro años, ni por supuesto evitó que los demócratas se vieran alejados del poder durante décadas.
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En septiembre de 1938 el entonces primer ministro
británico Neville Chamberlain, a pesar de pertenecer al partido conservador,
formación que hasta entonces siempre se había destacado por la defensa firme y
sin complejos de los intereses del país, optó por una humillante política de
apaciguamiento a nivel internacional frente al expansionismo militarista de
Adolf Hitler y Benito Mussolini en Abisinia, Austria y Checoslovaquia, con la
vana esperanza de salvaguardar la paz en Europa.
Sin embargo, las claudicaciones de Chamberlain de 1938, que se materializaron en la Conferencia de Múnich, no sirvieron para nada, y menos de un año después estallaba la II Guerra Mundial, que abocó al Reino Unido a seis años de horror y destrucción, y además supuso el principio del desmoronamiento del Imperio Británico.
Sin embargo, las claudicaciones de Chamberlain de 1938, que se materializaron en la Conferencia de Múnich, no sirvieron para nada, y menos de un año después estallaba la II Guerra Mundial, que abocó al Reino Unido a seis años de horror y destrucción, y además supuso el principio del desmoronamiento del Imperio Británico.
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A finales de mayo de 2018 Pedro Sánchez, secretario
general el PSOE, presentó una moción de censura contra el entonces presidente
del Gobierno, Mariano Rajoy, líder del Partido Popular, justificando la medida
por el nivel de corrupción política e institucional que se había alcanzado en
el país, y alegando que, si finalmente era elegido presidente del gobierno,
ejercería el cargo con plena independencia, sin ningún tipo de hipotecas, defendiendo
solo los intereses de España y que a la mayor brevedad posible convocaría
elecciones anticipadas.
Neville Chamberlain, James Buchanan y Pedro Sánchez. |
Sin embargo, una vez en la presidencia del gobierno, Pedro Sánchez ha modificado totalmente su discurso, y entre las decisiones que ha hecho públicas hasta ahora destacan el renunciar a convocar elecciones anticipadas y pretender agotar la legislatura y gobernar hasta 2020; el ceder a las presiones del independentismo catalán levantando los controles sobre las finanzas de la Generalidad de Cataluña puestos en marcha por el gobierno central cuando se agudizó el desafío separatista en esa autonomía; el transigir con el traslado a cárceles catalanas (gestionadas, por cierto, por la Generalidad de Cataluña, que tiene esa competencia transferida, y administradas por tanto por el gobierno independentista de Quim Torra) de los políticos secesionistas catalanes en prisión preventiva por el intento de golpe de estado del 01 de octubre de 2017; el manifestarse públicamente dispuesto a atender las demandas del nacionalismo vasco para trasladar a cárceles de la Comunidad Autónoma Vasca a los terroristas de ETA que actualmente cumplen condena por sus crímenes; el reactivar toda una larga lista de medidas de corte populista para relanzar el revanchismo de la llamada "Ley de Memoria Histórica" de 2007 y de esta forma calmar las inquietudes revanchistas del izquierdismo radical de Podemos y Compromís; o el dar carta blanca a la izquierda radical para asaltar la televisión pública con el declarado objetivo de barrer a cualquiera que pueda estorbar su proceso de conversión en un instrumento de propaganda al servicio del populismo pretendidamente progre de Pedro Sánchez y sus socios parlamentarios de Podemos.
Y lo peor de todo no son las medidas que sí ha
anunciado hasta el momento Pedro Sánchez, sino aquellas que no ha hecho
públicas pero que se refieren a temas que sí son realmente importantes para la
marcha del país: ¿tiene alguna idea para atajar el déficit y el crecimiento
desorbitado de la deuda pública? ¿cómo piensa reorganizar la financiación
autonómica? ¿qué piensa hacer para reequilibrar las cuentas de la Seguridad
Social y garantizar en el medio y largo plazo la suficiencia del sistema
público de pensiones? ¿Va a hacer algo para transformar el modelo productivo y conseguir
incrementar los niveles de riqueza e igualdad de la economía española?
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Pedro Sánchez debería haberse preocupado menos por
llegar al poder a cualquier precio mediante una triunfante moción de censura el
pasado 01 de junio de 2018, la primera presentada con éxito en Democracia desde
la promulgación de la vigente Constitución de 1978, y más por defender los
intereses de España y de los españoles.
Porque al final Pedro Sánchez terminó ganando su
moción de censura con el apoyo de una sopa de letras de 8 formaciones políticas
representando a las más heterogéneas ideologías del arco parlamentario (desde
el derechista catolicismo militante del PNV al izquierdismo más radical de
Podemos y Compromís, pasando por el secesionismo catalanista de ERC y PDeCAT,
el independentismo vasco de Bildu, el nacionalismo de Nueva Canarias y el mar
de contradicciones ideológicas que es hoy en día el PSOE), pero corre el riesgo
de pasar a la historia como el político que más daño haga a nuestro país en décadas
gracias a su rosario de propuestas cortoplacistas, populistas y mediáticas,
cuando no simple y llanamente irresponsables, todo ello buscando solo
satisfacer su ambición de ser presidente del gobierno a cualquier precio sin
pasar por las urnas.
Quizá alguien debería hablarle a Pedro Sánchez del
presidente norteamericano James Buchanan y del primer ministro británico Neville
Chamberlain, más que nada para que tome nota de cómo les fue a ellos y no
cometa sus mismos errores, por su bien, por el bien de su partido y, sobre
todo, por el bien de nuestro país.