Breaking

jueves, 21 de marzo de 2019

Cuando la primavera llega a la vida



   A veces vivimos con la sensación de que la existencia se nos ha convertido en una espesa tela de araña que nos atrapa, cuyos hilos pegajosos nos inmovilizan a base de responsabilidades, facturas, miedos, obligaciones, prejuicios y complejos. Y cuando eso ocurre todo parece sabernos a yeso, todo parece pesarnos un mundo, y se diría que solo vemos la vida a través de un cristal de tonos grises y parduzcos.

Pero entonces llega un día en que, sin saber muy bien la razón, reparamos en que a lo mejor no todo está ya escrito, en que en realidad no estamos indefectiblemente obligados a levantarnos día tras día para aguantar las mismas simplezas y las mismas miserias de tanto mediocre, de tanto indeseable como tenemos la desgracia de tener que soportar en nuestra vida diaria. Porque, reconozcámoslo, en la vida a todos nos toca aguantar a personajes que, o porque tuvieron más suerte, o porque tuvieron menos escrúpulos, o por ambas razones a la vez, gozan del poder de dar rienda suelta a su inagotable habilidad para vomitar su vulgaridad, su inconsistencia, su mezquindad y su mala leche sobre la gente que les rodea.

Y cuando por fin entendemos que todo aquello no es debido a los méritos de semejantes personajes, ni tampoco consecuencia de nuestras faltas, sino que más bien es resultado de circunstancias contingentes, probablemente nuestra opinión sobre la justicia intrínseca de la vida no mejorará, pero al menos ya no nos sentiremos responsables por tener que vender cada día nuestro sudor y nuestra paciencia.

Y de este modo recobraremos la capacidad y el placer de disfrutar de todo lo maravilloso que nos regala la vida. Porque escuchar la música de Monteverdi o de Rameau (esos ignorantes ni siquiera tienen ni puñetera idea de quién fue Rameau…), saborear un helado de turrón o un ramen de curry, disfrutar de la belleza de una inmersión o de un paseo por el monte, rozar la piel de la persona amada, sentir el sol y el viento en la cara a la orilla del mar, disfrutar de una representación teatral de Lope de Vega o de un concierto de Vivaldi, vagabundear por una ciudad centroeuropea cogido de la mano de la persona apropiada viendo mercadillos navideños, sentir tus ojos húmedos tan solo porque alguien especial se acordó de ti, o dedicarle tiempo a la gente que realmente te importa son cosas que los vulgares, los mezquinos y los inconsistentes nunca te podrán quitar, a pesar de todo su falso poder sobre ti.

Y por si esto no fuera suficiente, siempre nos quedará además la posibilidad de dar un golpe de timón y variar el rumbo, de reinventarnos y de probar a vivir de otra manera. Y es que el mito de Sísifo estaba muy bien para los griegos (quizá no tanto para el pobre Sísifo…), pero nadie dijo que los demás estuviéramos obligados a ver pasar la vida sin esperanza y empujar siempre la misma piedra. Nadie nos puede quitar el derecho a probar cosas nuevas y a buscar otros horizontes.

¿Quién me iba a decir a mí que un día bucearía a treinta metros de profundidad, que lloraría de emoción en una obra de teatro, que tendría la suerte de poder conocer a una cantante de ópera, que contemplaría la puesta de sol reflejada en el edificio más alto del mundo, o que vería con mis propios ojos los mismos paisajes que un día vieron Alejandro Magno y Marco Polo con los suyos?

El futuro no está escrito, y nunca es demasiado tarde para reinventarlo. Así que no nos conformemos, ni nos digamos a nosotros mismos que esto es lo que hay. Siempre es posible vivir otras vidas, o cuando menos vivir esta vida de otra manera.

Y gracias, hermano, por recordarme todas estas cosas…