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martes, 25 de junio de 2019

Pactos postelectorales: ¿estadistas o trileros?


Por fin ha llegado el verano. Porque tras una primavera seca, aunque bastante fresquita, y después de semanas con el termómetro marcando temperaturas por debajo de lo esperado, por fin el calendario y la climatología se han puesto de acuerdo y nos han traído el verano, y con él han llegado las terrazas, los helados, los festivales musicales, las piscinas, los fichajes de cara al próximo campeonato de Liga, las gafas de sol, los turistas, las vacaciones, las fiestas de los pueblos, el gazpacho, y las siestas.

Y sin embargo, cuando ya pensábamos que tras la agotadora sucesión de procesos electorales que ha asolado el país en los últimos meses (que nos dejó a todos empachados con tanta demagogia, tanta palabrería y tanta mentira en clave de marketing como se gastan esos políticos ramplones que de un tiempo a esta parte tenemos que soportar los españoles…), por fin íbamos a poder disfrutar del verano, y, de paso, volver a ocuparnos de las cosas realmente importantes de la vida, como son la situación económica, la evolución del paro, el cambio climático, las notas de fin de curso de los chicos, el último gol magistral del delantero de nuestro equipo, la previsión del tiempo, o lo guapa que se ha puesto la vecina del quinto, resulta que de nuevo un frente de bajas presiones de naturaleza política se nos viene encima, centrado ahora en una cuestión tan mundana como mezquina, como lo son los pactos postelectorales.

Y tanto nuestros políticos como los medios de comunicación que les sirven de altavoz se han enzarzado en un debate bronco, simplista y chabacano sobre quién se debe o no aliar con quién, sobre si este o aquel partido tienen o no pedigrí democrático y constitucional suficiente para ser considerados un socio aceptable, sobre cuál piensa cada líder político que ha sido en realidad el mandato de los ciudadanos expresado en las urnas (¿acaso tiene alguno hilo directo con Dios para preguntárselo, o es que resulta que nuestros políticos hacen cursos de pitonisa por correspondencia y no nos lo habían contado?), o sobre cuáles son los “intereses de Estado” a los que, según a qué político le preguntes, sus adversarios deben someterse dócilmente, para lo cual lo que deben hacer es regalarle precisamente a él sus votos y darle su apoyo a cambio de nada (vamos, algo así como reconocer el origen divino de su legitimidad política, pero en versión laica y del siglo XXI…).

Y ante este espectáculo bochornoso a uno se le ocurren algunas reflexiones que, si fuera posible, deberíamos obligar a escribir mil veces en la pizarra a cada uno de los líderes políticos (del tipo “No hablaré en clase” o “No pegaré a los otros niños”) para que se dejaran de tonterías y se centraran en lo realmente importante para todos nosotros.

En primer lugar, nuestros políticos deberían entender que las elecciones no las hacemos para que ellos se puedan repartir sillones y presupuestos, sino más bien para decidir qué políticas queremos los ciudadanos que se pongan en práctica, cuáles queremos que sean las prioridades y cómo queremos que se hagan las cosas. Y por ello los debates postelectorales de cara a posibles alianzas deberían centrarse en programas y en propuestas de gobierno, y no en qué cargos ocuparé o cuánto dinero me darás.

Y en segundo lugar los líderes de los partidos deberían asumir también que los políticos, todos los políticos sin excepción, son lo que son y obtienen su legitimidad y su representatividad gracias al voto de los ciudadanos. Y los votos, como los propios ciudadanos que los emiten, son todos y por principio igualmente respetables. Porque no hay votos de primera y de segunda, ni votos aceptables y despreciables, ni votos morales e inmorales. Todos los votos valen lo mismo, y los políticos solo son más o menos relevantes en función del número de votos que han recibido. No hay superioridad moral que valga, ni ideas aceptables o inaceptables, ni existe derecho consuetudinario alguno a repartir títulos de respetabilidad o a levantar cordones sanitarios. Y por ello todas las fuerzas políticas deben ser respetadas y valoradas en función de los votos que han recibido, porque esa y no otra es la esencia de la Democracia.

Así que, señores políticos, por favor déjense ya de sectarismo, y de mezquindad, y de falsos escrúpulos de vestal ofendida, y pónganse de una vez a hablar de programas, de propuestas y de medidas a poner en marcha, y en base a eso construyan mediante la negociación y el compromiso las mayorías que las urnas no han dado, pero que el país y las instituciones necesitan.

Si los políticos son capaces de construir esas mayorías mediante acuerdos programáticos la ciudadanía lo entenderá y el país lo agradecerá. Pero si sus pactos solo se basan en quién será ministro, en cómo mantenerse en el poder a cualquier precio y en vetos cruzados y cordones sanitarios, al final la cosa no funcionará y le irá mal al país y mal a todos nosotros.




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