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domingo, 28 de julio de 2019

Dinero Público: Devengo o Cuenta de la Vieja


”Summa de arithmetica, geometría,
proportioni et proportionalita”
,
 de Luca Pacioli

Hasta hace pocos años una de las críticas más frecuentes que los ciudadanos hacían de los políticos era que estaban alejados de la realidad, que no vivían los problemas de la gente corriente, y que en definitiva no eran más que una casta que solo estaba interesada en perpetuarse en el poder y en vivir a costa del dinero público.

Y cuando llegó el momento en el que la gente se hartó la política tradicional saltó por los aires, nuestras calles se llenaron de indignados que se manifestaban y ocupaban el espacio público para defender reivindicaciones de todo tipo, y los viejos partidos sintieron que su base de popularidad y apoyo electoral se resquebrajaba.

Surgió entonces la denominada “Nueva Política”, caracterizada por alejarse de las viejas formas y el viejo lenguaje de los partidos tradicionales, y por construir un nuevo relato a partir de las verdaderas demandas de la gente, que dejaban de ser meras aspiraciones de un programa de máximos para convertirse en objetivos reales, exigibles y alcanzables. En definitiva, llegó la política del “Sí se puede”.

(A más de uno que conozca la trayectoria de este blog le chirriará el lenguaje utilizado hasta aquí, y es posible que tenga la sensación de que al autor le ha dado un aire y se ha convertido de la noche a la mañana a la religión de la “Nueva Política”. Pero tranquilos, no se preocupen ustedes, que como podrán comprobar más adelante no es ese el caso…)

Y cuando ese pasar a ocuparse de las verdaderas demandas de la gente y ese “Sí se puede” se concretaron en lo económico, la “Nueva Política” hizo algo a la vez muy nuevo y muy antiguo, consistente en decirle a la ciudadanía exactamente lo que la ciudadanía quería oír, ni más ni menos. Y la “Nueva Política” nos prometió a todos que teníamos un derecho ilimitado a que el Estado nos resolviera todos y cada uno de nuestros problemas económicos: de vivienda, de pensiones, de educación, de capacidad de compra, etc., etc., etc.; y que además la solución a esos problemas nos iba a salir gratis. Porque, claro está, la política debía estar por encima del corsé de las leyes de la economía, y por ello también la política económica debía regirse por un rotundo y sonoro “Sí se puede”

Esto era novedoso porque generaciones de políticos democráticos de la segunda mitad del siglo XX llevaban décadas defendiendo el rigor y la ortodoxia económica en la gestión del gasto público de los grandes países de la Europa Occidental como la única forma de alcanzar el progreso social duradero, y sin embargo ahora resultaba que la “Nueva Política” ya no se sentía concernida por esas limitaciones. Pero también esto era más antiguo que el hilo negro, porque en las décadas anteriores a la II Guerra Mundial el Viejo Continente ya había conocido a toda una legión de políticos con alma de mercachifle y metidos a aprendices de brujo en lo económico, que propugnaba que la economía debía supeditarse a los objetivos superiores de la política en vez de ajustarse a la capacidad real de la sociedad, y del terreno abonado con tales ideas surgieron monstruos como la hiperinflación en la Alemania de Weimar o la desastrosa Colectivización Agraria estalinista en la Unión Soviética que desemboco en el "Holodomor" que mató literalmente de hambre a millones de campesinos.

Y para que las piezas del Sudoku en materia económica encajaran, a la “Nueva Política” no le quedó otro remedio que resucitar a John Maynard Keynes (1883 – 1946) y sus teorías económicas, (según las cuales el ingreso total de la sociedad está definido por la suma del consumo y la inversión, y en una situación de desempleo y capacidad productiva ociosa solo se podrá hacer crecer el empleo y el ingreso total incrementando primero el gasto… esto es, poner el carro delante de los bueyes pero en versión macroeconómica). Y no solo eso, pues hasta resucitaron el Principio del Devengo aplicado al gasto público siguiendo las teorías del bueno de Luca Bartolomeo de Pacioli (1445 – 1517), ese fraile franciscano que a finales del siglo XV publicó en Venecia la obra titulada ”Summa de arithmetica, geometría, proportioni et proportionalita”, en cuyo Capítulo IX, denominado ”Particularis de computis et scripturis”, se establecieron los Principios de la Contabilidad por Partida Doble:

1. No hay deudor sin acreedor.

2. La suma que se adeuda ha de ser igual a lo que se abona

3. Todo el que recibe debe a la persona que da o entrega.

4. Todo valor que ingresa es deudor, y todo valor que sale es acreedor.

5. Toda pérdida es deudora, y toda ganancia acreedora.

6. El saldo de una cuenta, y se obtiene de la diferencia entre el debe y el haber

Y ustedes se preguntarán, ¿qué demonios tienen que ver Keynes y Luca Pacioli con la perspectiva económica de la “Nueva Política”?

Pues resulta que todo se explica por un mero acento (una tilde me enseñaron a mí a llamarlo cuando era pequeño), que es lo que hace que exista una enorme diferencia de significado entre “Si se puede” (tímidamente condicional) y “Sí se puede” (rotundamente afirmativa).

Porque con el principio del devengo de la contabilidad clásica sumado a la idea del incremento del gasto como palanca para acabar con el desempleo y la capacidad productiva ociosa, aplicados ambos al gasto público a fin de subordinar la economía a los sacrosantos objetivos económicos y sociales (tanto más sacrosantos cuanto más populistas y de izquierdas, se entiende…), los líderes de la “Nueva Política” redescubrieron las viejas recetas de la expansión del gasto, el déficit público crónico, la financiación del gasto corriente con ingresos fiscales hipotéticos, la deuda pública creciente, y, cuando les dejan, la emisión de dinero sin respaldo de la economía real para cuadrar el presupuesto y la inflación como falsa herramienta de política social.

Y es que los gobiernos, cualquier gobierno (hasta los populistas de izquierda, mire usted…) operan bajo una restricción presupuestaria básica, que determina que en cada período temporal los gastos públicos totales (pagos de transferencia más compras de bienes y servicios) deben ser iguales a la suma del flujo total de financiación obtenida por el Estado a partir de las fuentes disponibles, que son exclusivamente tres: la emisión de dinero, la recaudación de impuestos y la colocación de deuda pública.

Por ello, los gobernantes están sujetos a la regla de oro esencial de tener que respetar en cualquier circunstancia la ecuación descrita, y si deciden arbitrariamente modificar una parte de la formula necesariamente deben ajustar también el resto de sus elementos para que el equilibrio no se rompa:

Gasto = Impuestos + Deuda Pública + Inflación por emisión de moneda

En consecuencia, o bien el Estado se gasta lo que previamente ha recaudado, o recauda lo que se quiere gastar, o se endeuda para poder gastar, o emita moneda para financiar el gasto que ya hizo y nos empobrece a todos vía inflación.

Por todo esto, y aun a riesgo de resultar viejuno y casposo, yo preferiría que los políticos leyeran menos a Keynes y a Luca Piacioli y aplicaran mejor “La Cuenta de la Vieja” al manejar las cuentas públicas.

O eso, o recurrir a la versión actualizada de “La multiplicación de los panes y los peces”. Pero claro, esto último tiene resabios bíblicos, y por ende, religiosos, por lo que a unos señores como los líderes de ”La Nueva Política”, que se definen como rabiosamente laicos (más bien anticlericales, diría yo…), una solución de tipo milagroso quizá no les agrade.




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