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martes, 16 de julio de 2019

El Leviatán de nuestro tiempo



Vivimos en una sociedad peculiar, en la que el poder público se ha arrogado el derecho prácticamente ilimitado a decirle a los ciudadanos (¿"ciudadanos" o en realidad "súbditos"?) lo que tienen que hacer y lo que no, cómo deben comportarse, y hasta qué deben comer, leer, pensar o sentir. Y la inmensa mayoría de la gente ha terminado por aceptar de manera ovina cualquier norma, imposición, recomendación o simple sugerencia que le llega desde el poder como si fuera un mandamiento del propio Altísimo, y todo ello a cambio de la mera promesa de protección por seguir la corriente del grupo y no significarse.

Hubo un tiempo en el que las personas tenían a gala gobernarse a sí mismas como tuvieran por conveniente, y disfrutar de su libertad individual tan sin restricciones como les era posible, si acaso con la única condición de que luego tenían también que ser plenamente responsables de sus actos y de las consecuencias de sus decisiones. Y si al final no podían decidir sobre sus vidas tanto como querían no era debido a que cedieran de buen grado a las exigencias de los que ostentaban el poder, sino porque la fatalidad, el destino, la pobreza, la incapacidad o la mala leche hacía que no les quedara otra que aceptar su sino y las imposiciones que les venían dadas.

No es que antes la vida fuera necesariamente más fácil que la de ahora, pero al menos los hombres sabían entonces vivirla a cara descubierta, y por ello gozaban del privilegio de ser tratados como adultos dueños de su propio destino. Entonces uno decidía si quería fumar y beber o si por el contrario optaba por ser abstemio, si comía absolutamente de todo o si prefería guardar dieta, si era un completo hipocondríaco y estaba permanentemente de médico en médico o si por el contrario mejor no recurría a un doctor en toda su vida, o si creía fervientemente en Dios o se declaraba ateo redomado…

Pero entonces llegó el “Leviatán”(1), (o, si ustedes prefieren utilizar una terminología más políticamente correcta, "El Estado", "La Sociedad", "El Interés Público" o "La Comunidad"...), empezó a mangonearnos, y se fastidió el invento.

Pues en este siglo XXI que nos ha tocado vivir “Leviatán” engloba a todos los que mandan (y la lista es bien larga…), que se pasan el día sermoneándonos, evangelizándonos y reeducándonos, según ellos por nuestro bien (o al menos eso es lo que nos cuentan...).

Nos dicen que tenemos que guardar la línea y no engordar, ser políticamente correctos y tolerantes, evitar el sufrimiento animal, consumir café de comercio justo, cuidar del medio ambiente, tomar cinco piezas de fruta al día, hacer ejercicio, pagar nuestros impuestos, respetar los límites de velocidad, apoyar las causas solidarias, no caer en el consumismo, practicar deporte, ser igualitarios, beber al menos dos litros de agua diariamente, desterrar el micromachismo de nuestro comportamiento, favorecer la diversidad, practicar la resiliencia (¿Pero alguien sabe qué coño es eso de la "resiliencia”?), comprar ropa confeccionada con tejidos naturales obtenidos mediante agricultura ecológica y sostenible, utilizar el transporte público, practicar la economía circular, etc., etc., etc.

Y lo peor de todo no es ya que pretendan dictarnos lo que debemos de hacer y lo que no, sino que encima las más de las veces nos engañan con señuelos de lo que es bueno y lo que es malo cuando en realidad ni ellos mismos se creen lo que nos predican.

De esta forma terminamos experimentando en nuestras propias carnes la frustración y la tristeza del niño aquel que por hacer caso a sus padres se pasó todo el año siendo muy, pero que muy bueno, y estudiando mucho, y haciendo los deberes, y no jugando en la calle con los niños malos porque así, si era bueno, y estudiaba mucho, y hacía los deberes, los Reyes Magos le traerían una bicicleta estupenda. Pero resultó que cuando llegó la Navidad en vez de la ansiada bicicleta los Reyes Magos (esos embaucadores venidos de Oriente a lomos de cuadrúpedos…) le trajeron un abrigo feísimo y una cartera para ir al colegio, y encima descubrió consternado que la niña esa del colegio que le resultaba tan guapa y de la que estaba secretamente enamorado se había hecho novia del chico malo de clase… precisamente porque a él los Reyes Magos sí que le habían traído la puñetera bicicleta.

Y no crean, que a pesar de todo yo lo intento: separo la basura en los distintos contenedores indicados para reciclar; detengo mi coche en cada paso de cebra que me encuentro hasta que cruzan la última ancianita y el ultimo niño que se atisban en el horizonte; me compré un coche eléctrico para ser ecológicamente responsable y comprometido con la lucha contra el cambio climático y ahora resulta que no me dejan enchufarlo ni en mi trabajo ni en el aparcamiento de mi casa; soy donante de sangre; dejé de fumar por mis propios medios sin la ayuda de parches o gurús y ocho años después no he recaído; cuando en un restaurante se equivocan en la cuenta a mi favor voy y lo digo aun a riesgo de que el camarero me mire como si fuera un extraterrestre; hice dieta y bajé treinta kilos que no he recuperado; llamo todos los días por teléfono a mi madre desde que soy adulto; soporto estoicamente a cuanto cretino se considera con derecho a tildarme de friki y de extravagante simplemente por el hecho de haber leído "El Quijote" (sí, lo confieso, lo he leído, y además de manera voluntaria…) o porque prefiero las óperas y los museos a las discotecas y los "reality shows"; todavía recuerdo (y uso…) tres o cuatro palabras en griego clásico y en arameo e incluso alguna más en latín que aprendí en el colegio; y no pasa un día sin que eche de menos a la gente que quiero…

Igual esto me pasa por haber visto demasiadas películas del oeste cuando era pequeño y por haberme creído a pies juntillas aquello de que, al final, el bueno siempre ganaba al malo y se casaba con la chica.

Si es que nos han tomado el pelo…


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(1) “Leviatán, o La materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil”, es un tratado de ciencia política publicado en 1651 en el que su autor, el filósofo y político inglés Thomas Hobbes, desarrolla la justificación teórica del absolutismo como ejemplo de contrato social en el que los hombres entregan su libertad a una autoridad única y aceptan convertirse en súbditos a cambio de la protección, la seguridad y la estabilidad que el soberano les proporciona. Hobbes tomó el término “Leviatán” del Antiguo Testamento, donde da nombre a una diabólica y todopoderosa bestia marina, pero desde la publicación de su obra en 1651 “Leviatán” es sinónimo de estado absoluto y opresor.


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4 comentarios:

  1. No imaginas, Carlos, lo muy de acuerdo que estoy con esta entrada de tu blog. No te lo imaginas.

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  2. Hace un mes suspendí mi presencia en redes por tiempo indeterminado. No por ello dejo pasar la oportunidad de leer en blogs a quienes como tú -y como en esta entrada-, merecen la pena.
    Un abrazo, Carlos.

    José Luis Zamarriego

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Comentarios: