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miércoles, 1 de junio de 2016

Dos años, ocho meses y veintiocho noches



   Y luego las cosas empeoraron en el mismo Times Square, donde, durante un lapso de tiempo que los distintos testigos estimaron entre “unos segundos” y “varios minutos”, despareció la ropa que llevaban todos los hombres presentes en la plaza, dejándolos escandalosamente desnudos y haciendo caer al suelo los contenidos de sus bolsillos: teléfonos móviles, bolígrafos, llaves, tarjetas de crédito, dinero en metálico, condones, inseguridades sexuales, egos inflamables, ropa interior femenina, pistolas, cuchillos, números de teléfono de mujeres descontentas con sus matrimonios, petacas, máscaras, colonia, fotografías de sus hijas enfadadas, fotografías de chicos adolescentes huraños, aerosoles para el mal aliento, bolsitas de plástico llenas de polvo blanco, porros, mentiras, armónicas, gafas, balas y esperanzas rotas y olvidadas.

Al cabo de unos segundos (o tal vez minutos) la ropa reapareció, pero las posesiones, debilidades e indiscreciones reveladas por la desnudez de los hombres desencadenaron una tormenta de emociones contradictorias, entre ellas vergüenza, rabia y miedo.

Las mujeres salieron corriendo y gritando mientras los hombres buscaban desesperadamente todos los secretos que pudieran guardar otra vez en sus bolsillos hambrientos, pero que, tras quedar revelados, ya no podrían volver a esconder nunca.



(Texto extraído de la novela de Salman Rushdie titulada “Dos años, ocho meses y veintiocho noches”, es decir, mil y una_noches y una más…)





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