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miércoles, 24 de agosto de 2016

Impresiones de un viaje a Uzbekistán (I)



CAMINO DEL VALLE DE FERGANA


"Jrushchovka" de la época soviética 
Salimos de Tashkent en dirección al Valle de Fergana, siguiendo lo que un día fue la Ruta de la Seda. Estamos en Uzbekistán.

El camino discurre por una especie de autovía que atraviesa campos de cultivo y de vez en cuando cruza pequeñas poblaciones.

El panorama recuerda cómo debían de ser las cosas en la época soviética, cuando el Estado lo previa todo y lo organizaba todo, pero lo que contaba no era la calidad de las cosas sino las estadísticas.

Kilómetros de autovía imperturbablemente recta, pero mal asfaltada y con cambios de sentido en giros de 180 grados a la izquierda desde el carril de aceleración regular y escrupulosamente distribuidos.

En cada pueblo aparecen hileras de edificios de apartamentos que en otras partes del mundo uno solo esperaría encontrar en una ciudad, nunca en un pueblo; apartamentos de cemento armado, todos iguales, todos homogéneos, todos destartalados; un apartamento soviético para cada obrero soviético, aunque apenas un cuarto de siglo después todo se caiga a trozos.

Gasoducto en la provincia de Tashkent
Gas natural en cada pueblo, en cada casa y en cada taller, pero con un panorama surcado por tuberías aéreas como cicatrices que cortan el paisaje.

Muros que ordenan el espacio y separan los jardines de las casas, los huertos y los arcenes de la carretera; pero levantados a base de piezas prefabricadas de hormigón todas iguales e igualmente desastradas, que debieron viajar hasta aquí desde alguna lejana fábrica estatal soviética hace décadas.

Campos interminables de maíz, de girasoles, de árboles frutales, en un valle fértil por obra y gracia del regadío rodeado de montañas secas; campos verdes que se beben el agua que ya nunca llegará a lo que un día fue el Mar de Aral, y hoy es poco más que una charca agonizante al oeste del país, entre el propio Uzbekistán y Kazajstán.

Autovía Tashkent - Fergana
El estado de conservación de la autovía empeora por momentos, y la última capa de asfalto debe de datar de la época de Brézhnev, pero todos y cada uno de los quitamiedos de hormigón está encalado y cada poco se ve a un solitario trabajador barriendo el arcén con una escoba de paja.

La ruta va ganando altura, y el camino serpentea cada vez más encajonado entre montañas.

El conductor, que habitualmente trabaja para turistas de habla hispana, nos va ofreciendo lo mejor de su discografía, desde Julio Iglesias hasta rumba y Cesárea Évora.

Resulta extraño escuchar flamenco y a Julio Iglesias mientras se recorre Uzbekistán con un conductor ruso ortodoxo y un guía musulmán uzbeko...

El camino está jalonado de tenderetes de agricultores que venden melones, sandías y calabazas, y ya de paso también bebidas, tabaco y galletas.

Kilómetros y kilómetros de carretera delimitada a uno y otro lado por bloques prefabricados de hormigón armado, y aún más bloques amontonados en las lindes del camino de cuando en cuando.

Después de horas entre collados, y tras pasar el enésimo control de seguridad, el paisaje por fin se abre y se suaviza. Entramos en el Valle de Fergana, por donde una vez pasaron Alejandro Magno con sus macedonios, y Marco Polo con su hijo y sus mercancías.


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